Basta de Silencio

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Tus canas hablan de sabiduría

Era un atardecer de abril de 2004 cuando sentí que alguien puso su mano pesada en mi hombro y supe que había fortaleza y palabras de sabiduría en ese toque, volteé lentamente y miré fijamente el brillo de sus grandes ojos grises detrás de sus enormes binóculos y disfruté paso a paso su sonrisa que […]


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Era un atardecer de abril de 2004 cuando sentí que alguien puso su mano pesada en mi hombro y supe que había fortaleza y palabras de sabiduría en ese toque, volteé lentamente y miré fijamente el brillo de sus grandes ojos grises detrás de sus enormes binóculos y disfruté paso a paso su sonrisa que iba agrandándose frente a mí y aquellas arrugas en el término de las esquinas de sus ojos, que me decían que debía pedir el consejo más sabio que recibiría aquella vez y que nunca olvidaría.

Por un momento, quedé prendida en su mirada, tierna, y mi imaginación enrumbó a unos diez años más tarde, de pronto entristecí y mis ojos que lo miraban fijamente se humedecieron, tomé su mano que se encontraba sobre mi hombro y pensé: ��en poco ya no lo tendré más”, supe que lo que tenía delante de mí valía más que todas las cosas juntas de las cuales gustaba; era Él, un hombre tan fuerte, inteligente, sabio, audaz, temeroso de Dios que las palabras no alcanzarían para describirlo, sí, mi era abuelo. Como olvidar su ejemplo, su amor manifestado en abrazos y besos que aún recuerdo como si fuese ayer, lo extraño tanto que cuando supe que su salud empeoraba, lágrimas corrían sobre mis mejillas; más tarde asistí a su funeral y con tristeza en el corazón recordé sus palabras que fueron dichas cuando miraba fijamente sus ojos grises detrás de esos grandes anteojos: “Hijita, el día que yo ya no esté más aquí, y no escuches mi voz, recuerda mirar al cielo y pedir a Dios fortaleza y sabiduría para continuar en el camino de la vida ”, esas palabras calaron tan a fondo en mi andar diario, que han pasado más de siete años de su muerte y no dejo de pensar en el día en que lo vuelva a ver otra vez, cuando Jesús vuelva, pues su amor fue un leve reflejo del gran amor de Dios que devolverá a la vida a ese gran hombre que descansó procurando ver a su familia en las moradas eternas.

¿Será que tienes a tus abuelos, aún, con vida? Si los tienes recuerda que muy pronto ya no los tendrás más, y si no los tienes más, recuerda sus consejos con sabiduría, o adopta uno. Sí moran bajo un mismo techo y por ser ancianos los has dejado de lado, ya no los abrazas, los besas, no los escuchas; solo ten presente una cosa, que algún día todos llegaremos a ese estado y si no los tratamos como deberíamos, con cariño y amor, existen altas posibilidades de que pase lo mismo contigo y conmigo. Ellos necesitan de tu amor, tu atención, tu fuerza y comprensión. Ámalos incondicionalmente, pues un día te harán mucha falta, pues dieron sus fuerzas por nosotros, ahora es tiempo de dar las nuestras por ellos.

Elena de White, famosa escritora, habló acerca de los que sufren: “¿No hay a vuestro alrededor pobres y dolientes que necesitan ropas abrigadas, alimento mejor, y sobre todo lo demás, lo que será más apreciado: simpatía y amor? ¿Qué habéis hecho por las viudas, los angustiados, que os piden ayuda para educar y preparar a los hijos o nietos? ¿Cómo habéis tratado estos casos? ¿Habéis procurado ayudar a los huérfanos? Cuando padres o abuelos ansiosos y preocupados os han pedido, y hasta os han rogado que consideréis sus casos, ¿los habéis rechazado con negativas insensibles e indiferentes? Si ha sido así, que el Señor se compadezca de vuestro futuro; porque, “con la medida con que medís, os será medido”. Mateo 7:2. ¿Podemos admirarnos de que el Señor retenga su bendición cuando sus donativos son pervertidos egoístamente y mal usados? ”. (Consejos sobre Mayordomía Cristiana, p.51)

Al respecto, la Biblia, también, nos habla sobre la vejez en libro de Proverbios 16:31: “Corona de honra es la vejez. Que se halla en el camino de justicia”. Dios permitió que lleguemos hasta la senectud para que aprendamos de los errores de la vida y podamos dar testimonio, de lo que aprendimos, a las nuevas generaciones; con el propósito que no se cometan las mismas faltas.

Quién no puso en práctica las famosas recetas de la abuela o alguien que tomó las palabras de su abuelo, como refrán, sin duda alguna que solucionaron los problemas del momento. Ahora es tiempo de darles la importancia que se merecen, una sonrisa, una la palabra de aliento, una mano amiga, un abrazo fraterno; harán que sus noches frías y días tristes se conviertan en manantial de aguas que cargadas de amor y paz perduren en sus corazones hasta el momento en que sean llamados al descanso.

Cárolyn Azo - Periodista para la Iglesia Adventista del Séptimo Día en la División Sudamericana

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