La Convención Interamericana para Prevenir, Castigar y Erradicar la violencia contra la mujer, también llamada “Convención de Belén de Pará”, define violencia contra la mujer como “cualquier acto o conducta basada en el género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en la esfera pública como en la privada”.
Desde que nacemos, aprendemos sobre las diferencias de género; que niños y niñas son diferentes no solo físicamente sino también en los roles y, por qué no, en su valor. A la mujer se le atribuye un valor inferior, en muchos contextos sociales, lo que abre el camino para actitudes de falta de respeto y violación a los derechos. Es en esta visión distorsionada de “ser mujer” que muchas veces se desarrollan reglas y creencias que “justifican” la práctica de la violencia contra la mujer.
La manera en la que miramos a algo tiene gran influencia sobre la forma en la que actuamos y nos relacionamos con ese algo. Si un marido ve el papel de la esposa como inferior, es posible que él tenga comportamientos que desvaloricen y falten el respeto a su esposa en sus actividades domésticas. De la misma manera, otras formas equivocadas de pensar y percibir el “ser mejor” dan sustento a las formas violentas de actuar contra ellas.
Un estudio realizado por investigadores de la Universidad Federal de Maranhão, publicado este año, verificó la concordancia de los participantes con las reglas comunes en nuestra sociedad occidental relacionadas a la violencia contra la mujer.
A los participantes se les presentaron diferentes reglas, entre ellas reglas sobre la privacidad de la relación (como que nadie debe meterse en las peleas de la pareja), sobre un modelo de la familia intacta (como “un matrimonio infeliz es mejor que un hogar destruido”), sobre la responsabilidad de la víctima que sufre violencia (como “si la mujer fue golpeada, debe haber hecho algo para merecerlo), y sobre la defensa de los celos como componente del amor (como “solo siente celos quién protege lo que ama”).
De acuerdo con el resultado de la investigación, los participantes de sexo masculino con menor grado de escolaridad menor concordaron más con las reglas presentadas. Las participantes de sexo femenino, con mayor nivel de escolaridad, fueron las que más discordaron con esas reglas.
Ya que las reglas orientan nuestra forma de actuar y nos relacionamos con lo que está a nuestro alrededor, esta investigación nos llama la atención hacia la necesidad de desarrollar una mentalidad más sana en la población, en lo que respecta a las reglas que justifican que, no solo las mujeres, sino cualquier persona, viva en la condición de víctima de violencia.
Es peligroso, por ejemplo, alimentar una regla de privacidad de la relación conyugal que justifique mantener en silencio la violencia que se sufre. Si nadie debe meterse en los problemas entre marido y mujer, entonces la mujer que sufre violencia doméstica debe mantenerse en silencio en vez de buscar ayuda. Es una regla un tanto perjudicial.
Es peligroso también nutrir pensamientos sobre sumisión femenina que no estén de acuerdo con la propuesta divina de sumisión. Dios no ordenó que las mujeres se sometieran a actos de violencia física o psicológica como forma de sumisión al marido. Sin embargo, la comprensión incorrecta de que el marido siempre tiene la razón, incluso cuando es violento, lleva a muchas mujeres cristianas a sufrir en silencio y a rebelarse contra Dios
Para cambiar este escenario necesitamos un cambio en nuestra mente. Es necesario no solo la concientización, sino también un cambio profundo de la visión de “ser mujer”. La educación formal ayuda en cierta medida (esto de alguna forma se hace evidente en el resultado de la investigación citada), pero no es todo. Este es un trabajo arduo que no se realiza en poco tiempo. Sin embargo, debe comenzar por usted y por mí.