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Rescate de Sí Mismo

José (nombre ficticio) me mira fijamente y habla con la seguridad de quien conoce el asunto. Pocos imaginan que por detrás de esos ojos azules, intensos e inquietos se esconde una historia tan terrible. Sus palabras fluyen cristalinas, rápidas, en una catarata de letras que disputan entre sí para ser escuchadas. Hay mucho para decir. […]


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José (nombre ficticio) me mira fijamente y habla con la seguridad de quien conoce el asunto. Pocos imaginan que por detrás de esos ojos azules, intensos e inquietos se esconde una historia tan terrible. Sus palabras fluyen cristalinas, rápidas, en una catarata de letras que disputan entre sí para ser escuchadas. Hay mucho para decir.

Cuando gesticula, intenta dejar las ideas más claras. Pero eso no es necesario. El relato es real y contundente por sí solo: “Fui abusado sexualmente desde los cuatro años por un amigo de mi familia. En la adolescencia, otra persona hizo lo mismo. Mi vida fue un infierno. No tenía paz en ningún lugar. En la escuela, sufría bullying por parte de todos por tener una manera de actuar diferente a la de los demás muchachos. Me golpeaban, y mis profesoras no se daban cuenta. Y yo no me defendía”, cuenta como descargándose emocionalmente.

“Ese es otro de los motivos que generan abuso: tú no te sientes digno. Y ese sentimiento de indignidad te lleva a pensar: ‘Si alguien abusa de mí, y los demás me golpean, es porque yo lo merezco’. Y eso termina creciendo: ‘Si alguien próximo a mí o a mi familia, que supuestamente me debería cuidar, abusó de mí, entonces ¿por qué un extraño en la escuela no haría lo mismo?’ Fue exactamente eso lo que sucedió conmigo. Crecí con una autoimagen totalmente distorsionada, y tampoco tenía clara mi orientación sexual. Eso era muy notable, y así fue hasta el inicio de mi vida adulta”.

Esta es la historia de José, un cristiano que hoy puede hablar de esos capítulos de su vida con seguridad y paz. Graduado en Psicología, ejerce la profesión desde hace más de veinte años. Hoy, como padre de familia, él se siente feliz. Sin embargo, su camino fue más largo que eso.

“Como cristiano, yo lo culpaba a Dios por todo lo que ocurría conmigo. Estaba enojado con él. Mi aflicción era tan fuerte que busqué una fuga en lo que, de manera equivocada, creía que me traería paz. Abandoné la fe, y me refugié en el alcohol y en las drogas. Comencé a tener un estilo de vida totalmente libre, incluso en el aspecto sexual”, detalla. “Eso trajo consecuencias. Por ejemplo, fui contagiado con VIH y provoqué un verdadero desastre en mi cuerpo y en mi vida”.

Cuando le pregunto si esa fuga lo ayudó a contener el dolor, él responde con precisión: “Sí. De manera momentánea, sí. Tú disfrutas por un momento y, al otro día, te sientes vacío, sin nada... Con la misma culpa, con el mismo odio, pues era así como yo vivía; con odio por todo y por todos; por aquellos que abusaron de mí, por la vida, por Dios. Sin embargo, él hizo un milagro en mí. Aunque no fue instantáneo, sino gradual”.

Hoy, José está convencido de que todo lo que vivió y soportó puede ser utilizado para el bien. Y refuerza que eso lo ayuda en el tratamiento que él les ofrece a pacientes que fueron víctimas de abuso. Su triste experiencia con este tipo de violencia acabó contribuyendo a su preparación profesional.

♦ El abuso que sufriste ocurrió en un ambiente familiar. En general, ¿es en este contexto en el que se da este tipo de violencia?
♦ Sí. En la mayoría de los casos, el abusador de menores actúa dentro del círculo familiar y muy raramente es un extraño que pasa por la calle. Sea en América del Sur o en otras regiones del mundo, la violencia ocurre en el ambiente del niño o la niña. El abusador conoce a su víctima y la manipula emocionalmente. En mi caso fue así. Él me daba cosas y me prometía otras. Es un mecanismo muy perverso, porque el agresor te hace sentir especial. Tan especial que hace lo que quiere contigo. Así, la víctima llega a pensar: “Yo soy especial, porque fui elegido entre otros”. Eso también hace que la víc- tima piense que es cómplice del abuso, como si tuviera culpa por haber atraído la atención hacia sí misma.

♦ Entonces, ¿hay una inversión de los papeles?
♦ Sí, y eso nos atormenta durante mucho tiempo. Además del resentimiento y de la rabia, la culpa es el peor sentimiento que queda después del abuso.

♦ ¿Qué consecuencias psicológicas aparecen por culpa de un abuso? ¿Cómo repercuten en el éxito o en el fracaso en la vida adulta?
♦ Las consecuencias son muchas y son terribles. No se puede generalizar porque, como seres humanos, somos diferentes y únicos. Sin embargo, en general, el abuso puede generar baja autoestima y disturbios, tales como depresión y problemas sexuales. Niños y niñas también tienden a reaccionar de formas diferentes. Al crecer, el camino más rápido para el muchacho abusado es la homosexualidad y el vicio por las drogas; la chica tendrá dificultad de formar una unión estable o un profundo problema para conseguir vivir con placer su sexualidad.

♦ ¿Qué pueden hacer los padres para prevenir el abuso sexual infantil?
♦ Hablando sobre este problema y la cuestión de la culpa, yo también culpé a mis padres por lo que ocurrió conmigo. Ellos no percibieron lo que sufría y eso me marcó. Por un lado, yo cuestiono por qué ellos no me cuidaron; pero, por el otro, entiendo que difícilmente desconfiarían de alguien próximo, en quien ellos confiaban.

Por eso, los padres deben crear vínculos con los hijos, creando un ambiente de confianza, para que ellos siempre les abran el corazón. Muchas veces, el niño no sabe lo que están haciendo con él y puede llegar a contarlo de manera indirecta. Cierta vez, en el consultorio, tuve el caso de una niña que me decía: “Mi tío me hace palabras malas”. La profesora la corregía y le decía: “No. No se dice ‘me hace palabras’, sino ‘me dice’ palabras”. Sin embargo, al investigar, entendieron que la niña lo que decía en realidad era que el tío hacía cosas malas con ella.

♦ Y si eso ocurre, ¿qué se puede o debe hacer?
♦ Cuidar de la víctima es la prioridad. Es necesario llevarla a un centro especializado, aunque el abuso no haya involucrado el contacto físico. Un adulto, por ejemplo, que siente placer en ver a una criatura sin ropa es un abusador, aunque no la haya tocado. Eso no es normal. Así como es perverso sentir placer tocando o viendo el cuerpo de un niño o una niña. Después de cuidar de la víctima, los padres necesitan denunciar al abusador, por más difícil que sea acusar a un familiar o a un amigo cercano. Sin embargo, es necesario enfrentar el problema y apartar al abusador de las víctimas.

♦ ¿Cómo es posible superar un abuso?
♦ Lo importante es pensar no solo desde una perspectiva psicológica, sino también desde un punto de vista espiritual. Hay angustia y tristeza que contaminan todas las dimensiones del ser. Por eso, si agregamos el aspecto espiritual, todo cambia. La salida es espiritual. Y ¿por dónde pasa? Por el perdón. Así es posible vivir una vida llena de paz. El perdón, más que una palabra, es una actitud; es darse cuenta de quién es verdaderamente el enemigo.

Durante mucho tiempo, culpé a Dios y le preguntaba dónde estaba mientras pasaba por todo esto. Para mí, tuvo efecto curativo pensar que Dios sufría más que yo. Porque él podía impedirlo, pero lo permitía por alguna razón que yo desconocía. Años más tarde, comprendí que estamos inmersos en un gran conflicto cósmico entre el bien y el mal. Quien me hirió no es más que un instrumento del enemigo de Dios. Es difícil entenderlo, pero mi abusador también necesita ayuda y puede ser restaurado. Si Dios me perdonó por todo lo que hice como pecador, también puede perdonar a mi abusador. Y, con la ayuda divina, yo también puedo hacerlo.

José continúa mirándome fijamente. Él se emociona, llora y sonríe; casi todo al mismo tiempo. El camino recorrido le dejó marcas profundas. Hoy, esas marcas son medallas de victorias. Gracias a ellas y a Dios, puede rescatar a otros de ese inesperado e injusto abismo que es el abuso sexual infantil. No consigo continuar mirándolo sin que una lágrima se me caiga. Su relato es conmovedor. “Si me preguntas si esa tragedia puede ser superada, yo te digo que sí, que puede ser superada”, afirma. Su sí es pleno, contundente. Parte de quien sabe lo que dice.

PABLO ALE es periodista, pastor y Magíster en Literatura. Trabaja como editor de revistas en la Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, Argentina.

 

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