En busca de cura

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En busca de cura

La tristeza y el dolor se transformaron en deseos de ayudar a otras víctimas de abuso

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A lo largo de sus veinte años de existencia, el proyecto Basta de Silencio ha ayudado a reescribir historias de personas que vivieron días sombríos, angustiantes, de miedo y aflicción delante de las más variadas formas de violencia. Ahora ellas comparten cómo, influenciadas por esa iniciativa, lograron comprender que las relaciones abusivas en las que estaban debían terminar, y que los episodios del pasado, aunque no podrían borrarse, debían ser superados.

Crecí en un hogar que no conocía a Jesús, pero que tenía cierto temor a Dios. Mi madre no tenía conocimientos académicos, pero crió a mis tres hermanos y a mí de la mejor forma que pudo. Pero, ni su cuidado y sobreprotección fueron suficientes para evitar todos los abusos que sufrí. El primero vino de alguien de la familia, que está fuera de cualquier sospecha.

Estaba en el comienzo de mi adolescencia, luego de conocer a Jesús. Vino de alguien que yo amaba y en quien confiaba, y eso me destruyó por dentro. Nunca lo supo nadie. Nunca tuve la valentía de hablar. Entonces pensé que, si él amara a Jesús, eso no sucedería más. Y esa fue la meta de mi vida. Algunos años más tarde, él se bautizó. Y así como le pedí a Dios, él fue transformado.

En mi mente inocente, creí que cosas como esa no volverían a suceder, pero sucedieron. Muchas y repetidas veces, ahora por otros abusadores y violadores. Yo no podía entenderlo. Era solo una adolescente que había crecido. Sí, yo era bonita. No tanto como las personas decían. Y comencé a creer que todo lo que sufría era por ser bonita. Empecé a desear ser fea, para que nadie se fijara en mí. Dejé de cuidarme. Yo quería solo pasar desapercibida. No soportaba más. No había en el mundo un lugar donde me sintiera segura. Sufrí toda serie de abuso. De extraños y conocidos. Parecía que llevaba una placa enorme que decía: use y abuse.

Tristeza oculta

Hubo un período en el que esas cosas sucedían semanalmente. Estaba triste, y mi familia me llevó al médico (en la época, en mi ciudad no había psicólogos). El médico ni me escuchó. Dijo que mi tristeza era la falta de un hombre y que un noviazgo resolvería mi problema. Varias veces hice planes de quitarme la vida. Nunca pude hacerlo. Pensaba en Dios, en mi madre, en el cielo que anhelaba y que me emociona cada vez que predico sobre él.

Me casé y fui a vivir a otra ciudad. Mi marido viajaba mucho y yo pasaba mucho tiempo sola. Una noche de esas en que él estaba viajando, mis vecinos me salvaron, porque un violador conocido de la región había cortado la electricidad de mi residencia y estaba intentando entrar por el techo. Además, en esa ciudad hicieron eso tres veces. De todo lo que sufrí, la pesadilla mayor fue ser violada a los nueve meses de embarazo de mi primer hijo. Cuando mi marido llegaba a casa, tenía que avisarme, porque si él llegaba de repente, seguramente yo tendría una crisis de llanto, me asustaba pensando que era alguien para hacerme mal.

Me hice adulta, y las marcas que traigo en mi alma cuentan mi historia. Era tímida, emocionalmente debilitada, perdí muchas oportunidades por la baja autoestima, por el miedo, no podía finalizar nada de lo que comenzaba, no salía sola de casa, mis sueños parecían enterrarse uno a uno. Y podría citar muchas y muchas cosas que el sufrimiento hizo en mí, porque el dolor nos transforma. Pero prefiero decir quién soy hoy: alguien que sigue adelante a pesar de cualquier infortunio, que logra convivir con las emociones (aunque haya, como en la vida de todo el mundo, días más difíciles).

Cuidar las heridas del prójimo

Aunque con miedo y timidez, aprovecho las oportunidades, estoy siempre buscando nuevos proyectos y, si Dios quiere, esta vez voy a lograr graduarme. Nunca me permití vivir deprimida. Por más triste que estuviera, siempre mantuve la mirada en las personas que tienen un dolor mayor que el mío. Empleé mi tiempo comprendiendo y cuidando el dolor de otros. El proyecto Basta de Silencio, con temas tan importantes, a través de las charlas, actividades y lectura, me ayudó en ese proceso de recuperación y a entender que debo compartir a ese Dios que me sanó.

Hoy entiendo que en ningún momento era yo el problema. El problema está en la mente enferma de muchas personas y en los corazones sin Dios. Continuaré viviendo lo que Dios planeó para mí, porque tiene la capacidad de plantar y cumplir sueños nuevos.