Basta de Silencio

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Abuso pasivo

Era lunes y todos hablaban sobre el mismo tema. Los empleados del check in, la pareja del restaurante de comida rápida, los hombres serios que estaban atrás de mí, el cajero de la librería. El día anterior, Xuxa, la “eterna reina de los bajitos”, declaró en el programa Fantástico de la televisión brasileña, que había […]


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Xuxa habla sobre abusos que sofrió en la adolescencia

Era lunes y todos hablaban sobre el mismo tema. Los empleados del check in, la pareja del restaurante de comida rápida, los hombres serios que estaban atrás de mí, el cajero de la librería. El día anterior, Xuxa, la “eterna reina de los bajitos”, declaró en el programa Fantástico de la televisión brasileña, que había sido abusada, en repetidas ocasiones, hasta los 13 años. Habló de la culpa, del asco, del miedo y de las heridas que nunca cicatrizaron. Mientras escuchaba el murmullo en el aeropuerto pensé en cómo aquello se enfriaría para cuando llegara el fin de semana. Es así. Viene otro tema, pasa éste y los niños siguen siendo abusados, sufriendo callados, porque nuestra memoria es corta y el sufrimiento nos importa muy poco, sobre todo si éste está a la vuelta de la esquina, o dentro de casa. Tal vez, simplemente nos avergüenza.

Pienso que es por eso que todavía existe este mal en tantas familias, en tantos hogares, aparentemente normales. Es una enfermedad sí, pero una enfermedad de la negligencia. De madres que no le dan atención a sus hijos, en especial a sus hijas. A los padres que no ven las miradas maliciosas de los amigos, una atención excesiva de un hermano.

La mayoría de los abusos a menores ocurren dentro de casa. Según datos oficiales, que aún son más asombrosos dada la enfermedad del silencio, los abusadores generalmente están en la misma familia o en sus agregados.

El niño carga una culpa que no es suya, aunque 20 años después lo descubra, el peso lo seguirá teniendo en los hombros. Es por eso que casos así como el de Xuxa, el mío y de miles de niños deben ser detenidos por los padres, sobre todo, por la madre. Sé de amigas que volvieron a casa con la ropa íntima manchada en sangre y que la mamá dejó pasar este grito para siempre. De otras que cayeron en depresión profunda, y fingieron para que sus progenitores no notaren la súbita diferencia en el comportamiento. La culpa es de los padres. No por protegerlos, sino, por no darles atención. ¿Cuántos hogares existen donde el mismo padre es el abusador constante y perenne?

El niño no va a contarlo, no espere eso. En situaciones donde existe una combinación perfecta de orientación previa y personalidad comunicativa puede existir la denuncia de la pequeña víctima, pero no es una regla, no cuente con eso. Mire, pregunte, explique, rompa el silencio de esta violencia grotesca. Aunque sea grande, la víctima cargará la triste certeza de que algo hizo para provocar tal situación y es necesaria mucha conversación con el terapeuta y con Dios, para liberarse de este silencio. El proyecto Rompiendo el Silencio de la Iglesia Adventista es un incentivo en esta dirección, pues dentro y fuera de la iglesia existen personas sufriendo y haciendo sufrir.

Cuando afirmo la responsabilidad de la madre, no me olvido de que las mujeres son las agresoras en muchos casos pero, estadísticamente, una minoría considerable en relación a los abusadores masculinos, por eso, si tengo que llamar a alguien como protector, llamo a las madres, tías, abuelas. Naturalmente, el instinto de protección y de atención está en ellas. Así como dice en el informativo de Rompiendo el Silencio, abra la boca para preguntar, para informar y denunciar. Los niños, aunque no cuenten, muestran el resultado del abuso. Alteración en el comportamiento, en el apetito, pánico, llanto. Un adulto que mira con cariño se dará cuenta, sin grandes esfuerzos.

Comentando sobre la historia de Xuxa, ésta pasará, pero muchas otras se están llevando a cabo en este momento. Mire más a su alrededor, desconfíe, oriente, proteja. No todos logran librarse de la herida, de hecho, casi nadie. Ella vuelve a sangrar cuando la tocamos. Sin embargo, una mirada atenta puede evitar que se abran nuevas heridas. Hoy, contando con los dedos de la mano, me doy cuenta de que la mitad de mis amigas sufrió algún tipo de abuso y mi mundo no es diferente del suyo. Si decide preguntar, descubrirá que este veneno contamina a más conocidos de lo que usted cree. Rompa el silencio, antes que él rompa una vida.

Fabiana Bertotti, periodista

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