Viviendo con el enemigo

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Viviendo con el enemigo

Durante años sufrí a lado de un hombre que me maltrataba y amenazaba a nuestros hijos, hasta que escuché un mensaje de la campaña Basta de Silencio

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A lo largo de sus 20 años de existencia, el proyecto Basta de Silencio ayudó a reescribir historias de personas que vivieron días sombríos, angustiantes, de miedo y aflicción ante las más variadas formas de violencia. Ahora, esas personas comparten cómo, influenciadas por esta iniciativa, lograron ver que las relaciones abusivas en las que se encontraban debían terminarse, y que los episodios del pasado, aunque no pudieran ser borrados, debían ser superados.

Actualmente tengo 34 años, vivo acompañada de mis 3 hijos. Nací en un hogar adventista y siempre participé de las diversas actividades de la Iglesia, también tuve el privilegio de estudiar algunos años en un colegio Adventista.   

A los 22 años tuve mi primer hijo fruto de una relación en yugo desigual que no funcionó, motivo por el cual me separé. Con esa experiencia nada agradable, intenté rehacer mi vida; así que, haciendo un gran esfuerzo, comencé a estudiar una carrera técnica en donde siempre me destaqué como alumna, sin embargo poco a poco me fui apartando más y más de Dios. En medio de esa vida desordenada conocí al que sería mi segunda pareja, al principio todo era bonito, él me aceptó con mi hijo que ya tenía 2 años, dijo que respetaría mi religión y me prometió tantas cosas que acepté vivir con él aun sabiendo que eso no le agradaba a Dios.  

El inicio de los maltratos 

Al poco tiempo quedé embarazada; ese año, nos fuimos de vacaciones y fue allí donde mi vida se volvió un calvario. Él comenzó a beber licor y cada vez lo hacía con más frecuencia. En una de esas ocasiones, cuando le reclamé por qué lo hacía, me golpeó sin importarle que estaba embarazada. Fue tanto mi dolor y decepción que quise dejarlo, pero no tenía a donde ir. Tenía prácticamente 2 hijos y sólo pensaba en cómo los mantendría. Creyendo en sus disculpas y sus promesas de que cambiaría, me quedé con él. 

Nos mudamos con la esperanza de que todo sería mejor; sin embargo, nada cambió; al contrario, comenzó a tomar más seguido. Sus ofensas, agresiones y maltratos hacia mis hijos hicieron mi vida miserable, me amenazaba de muerte con frecuencia y me golpeaba en presencia de mis hijos. Mi familia no sabía nada de eso, no tenía el valor de decirles, pero sabía que mi madre siempre oraba por mí y yo creo que fueron aquellas oraciones las que me daban fuerzas para seguir adelante. 

El peor día 

Estoy escribiendo esto y recuerdo esta fecha como si fuera ayer. Era un 17 de noviembre del año 2016, él no estaba en esos momentos; cuando llegó, tenía un corte de cabello un poco extraño, me incomodó tanto que le recriminé por eso, “qué ejemplo le darás a mis hijos” le dije. Eso lo incomodó tanto que comenzó a insultarme y luego se fue con sus amigos a beber más.  

Ya al atardecer, me dirigía hacia mi casa junto con mis hijos y aún no había caminado mucho cuando él me alcanzó, comenzó a gritarme y golpearme sin importarle que uno de mis hijos, que aún era un bebé, estaba durmiendo en su cochecito. Me rompió el tabique, los labios e intentó ahorcarme, por un momento quedé tendida en el piso sin fuerzas, sentí que mis ojos se cerraban y la respiración me abandonaba, con la poca lucidez que sentía, clamé a Dios y le pedí una oportunidad de vida.  

Allí tendida en el piso, rogué al cielo que me ayudara. De pronto lo escuché decir: ¡Ahora mataré a tus hijos! y comenzó a perseguirlos, ellos corrían llorando, traté de volver en sí por amor a mis hijos y corrí detrás de él. Cuando lo alcancé, agarró una piedra grande y cuando estuvo a punto de tirármela en la cabeza, comencé a rogarle que no lo hiciera, que no me mate mientras gritaba pidiendo auxilio. Aparentemente me escuchó y dejó la piedra, pero continuó golpeándome con patadas en la cabeza, en mi vientre y en todo mi cuerpo mientras yo intentaba impedir que llegara a mis hijos.  

Nunca olvidaré aquel día donde la vida de mis hijos y la mía estaban en peligro. Mi rostro estaba empapado de sangre, mis labios hinchados y el dolor físico que tenía era insoportable, pero el dolor por mis hijos era aún más fuerte. Haciendo un esfuerzo logré llamar a la policía, también llegaron sus familiares quienes me defendieron. Mis pies temblaban, estaba muy débil y mis hijos asustados. La policía se lo llevó y a mí me llevaron al hospital. 

Grande fue mi sorpresa cuando a los pocos días lo liberaron, alegando que era el único sustento de la familia. Y las agresiones y amenazas continuaron.  

La decisión que cambió mi vida 

Una mañana me levanté decidida a escapar junto con mis hijos y fue así que regresé a mi ciudad natal, lugar donde vivían mis padres. Apenas llegué, vi que la iglesia estaba participando del programa Rompiendo el Silencio. Ese sábado fui a la Iglesia y el tema fue acerca del maltrato familiar; pareciera que el orador me hablaba exclusivamente a mí, como si supiera mi historia; no pude controlar mis lágrimas aquel día, pero a la vez entendí que Dios no me creó para ser maltratada, que Dios tenía un plan para mí, que Dios estaba conmigo en todo momento a pesar de que yo me había alejado.  

Ese mismo día tomé la decisión de regresar a la iglesia, de regresar a vivir con Dios y también decidí separarme totalmente de mi agresor. 

Los traumas quedaron marcados en mi vida, asistí a algunas terapias profesionales. Decidí comenzar una nueva vida siendo padre y madre para mis hijos, sabiendo que con Dios todo es más fácil, con su ayuda logré abrir una pequeña empresa de tejidos (artesanía textil) y así sostener a mi familia. 

Una nueva vida 

Han pasado 6 años de aquella triste experiencia, pero con la ayuda de Dios hoy todo es mejor. Volví a la iglesia y decidí nunca más apartarme de Dios y seguir sus enseñanzas. Gracias al proyecto Basta de Silencio entendí muchas cosas y ahora puedo sonreír y disfrutar de la compañía de mis hijos sin miedos ni maltratos.  

Actualmente asisto a la Iglesia Adventista, soy directora de un club de Aventureros y Sub-Directora del Ministerio Infantil. Ambas responsabilidades las desempeño con mucho cariño y siempre estoy velando para que otras mujeres no vivan lo que yo viví.