Los despreciables detrás de la cultura de la violencia y de la violación

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Los despreciables detrás de la cultura de la violencia y de la violación

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¿La sociedad no debería estar cansada de sí misma? Al ver los comentarios en los diversos sitios de noticias que publicaron algo sobre la violación colectiva, me pregunté: ¿Dónde llegamos? O peor, ¿dónde llegaremos todavía? ¿Cuáles son los límites, la línea divisoria o el fin para tanto salvajismo, inhumanidad y demencia? ¿Hay alguna recta final o por lo menos una alternativa que sea capaz de dar una pausa a la irracionalidad de una manera tan significativa que despierte lo que todavía, por ahora, llamamos reflexión? ¿Será que un día podremos mirarnos a nosotros mismos con orgullo y admiración o continuaremos sintiendo desprecio, vergüenza y malestar por lo que llegamos a ser? Por el estado de la situación estamos muy distantes de cualquier realidad que nos haga sentir orgullosos de nuestra raza, enaltecidos por un valor humano o admirados por cualquier altruismo soñado.

Lo paradójico y de veras chocante es que nos asustamos indefinidamente con los efectos, pero somos sorprendentemente indiferentes en relación a las causas. Usamos anteojos con lentes potentes, ajustamos al máximo la intensidad de la luz para contemplar la desgracia, pero somos ciegos, además de apagar las luces y cubrir las ventanas, para no observar que nosotros, como sociedad, hemos sido la causa de esto. El eco que enfurece los hechos inhumanos de nuestra esencia es el mismo que ensordece nuestra consciencia culpable. Como en los tiempos de Cristo, continuamos crucificando el derecho para poner en libertad nuestras pasiones que alimentan, como en un círculo vicioso, insaciable e interminable, nuestros deseos más alucinantes, mezquinos y profanos.

Basta encender “el santuario del siglo XXI”, la televisión, y con los ojos estáticos, disfrutar, divertirse, reírse, o con honesta lucidez, lamentarse, llorar y avergonzarse de lo que exploramos, excitamos, incentivamos y con nuestra audiencia, transformamos lo abominable en común y lo privado en generalizado. Aunque los sentidos estén amordazados, todos, en los rápidos destellos de consciencia, sabemos que los medios de comunicación y el capitalismo se forman por lo que más vende, y nada, absolutamente nada, vende más que el sexo, la pornografía y la violencia, productos que entran a nuestros hogares con nuestro consentimiento a través de la industria del entretenimiento.

¿Resultados? Imposibles de calcular, pero posibles de observar. La erotización, la pornografía, la desnudez, el sexo libre y la violencia sexual están en el tope de los índices de crecimiento escandaloso en todo el mundo. Está bien, pero entonces, ¿cuál es el problema? Para los idólatras del placer inconsecuente, para el que venera el dinero fácil a costa del infortunio ajeno, para el aficionado al poder, aun sustentado por el delito, y para los regalados del éxtasis incondicional y egoísta, con seguridad cualquier crítica a sus obsesiones enfermizas será encarado como moralista, retrógrada y en retroceso.

La expresión “no haga guerra, haga amor”, expresada en un discurso en 1955 por un marxista, ateo y comunista llamado Marcuse, en su obra “Eros y civilización”, utilizada y esparcida especialmente por los jóvenes, inoculó y fortaleció en la sociedad, a partir de la década del 60, las bases para lo que llamamos hoy sexo sin compromiso y sin moralidad [1].

Además, lo que el alcohol es para el alcohólico y lo que la droga es para el dependiente químico, el sexo libre y la erotización inconsecuente de la mente son los fundamentos de la violencia sexual [2].

Tal revolución hizo que surgiera la industria de la pornografía, transformando a muchas personas, especialmente a las mujeres, en un subproducto sexual, pues el dinero pasó a someter a la persona prostituida al que la prostituye. En este lapso, el dinero ganó el espacio de la moral. La mercadería dejó de ser un objeto para transformarse en una persona. Es esta situación que resigna a las personas a la brutalidad o a cualquier acto de violencia sexual, ya que el dinero se convierte en el dios supremo. En consecuencia, para que la pre-violencia llegue a hechos legales, tuvieron que surgir los derechos de aborto, derechos del uso y abuso del cuerpo, derechos a la desnudez y derechos a hacer de la prostitución una profesión legalizada [3].

Las procesiones, las luchas y los discursos para conquistar tales derechos no nacieron del descubrimiento de una moralidad nueva, sino para mantener el poder, el lujo, la seguridad capitalista que esta industria consolida. Para aumentar los lucros, la industria de la pornografía necesitó combatir su enemigo principal, el núcleo familiar (el tipo de familia establecido en la Biblia), pues ese prototipo no alimenta las indulgencias de la industria. Fidelidad conyugal, relaciones exclusivas entre un hombre y una mujer, patriarcado no machista, mujeres dedicadas al hogar y a los hijos e hijos educados en la virginidad antes del casamiento son inconcebibles en el sistema pues debilitan el monetarismo o capitalismo y las ganancias de los grandes, manipuladores y poderosos. El sexo libre, el adulterio, la poligamia, las relaciones homo afectivas, el transexualismo, las películas pornográficas, los moteles, las propagandas eróticas, la música y el cambio de género, entre otras, son las bases de esa larga obra de ingeniería.

No es por acaso que hoy la industria del sexo está entre los emprendimientos del capitalismo que más nutre el PIB (producto interno bruto) de las naciones, convirtiéndose en un mercado intocable [4]. Pero para quien cree que el libertinaje sexual o la industria del sexo ya están saciados, además del vasto mercado sexual femenino, hay un comercio todavía no explorado, el de los niños y adolescentes. Las leyes que se tramitan en las cámaras de algunos países del mundo tratando de legalizar la erotización y prostitución infantil, tienen por objetivo��principal incluirlas en este capitalismo desenfrenado [5]. No es de admirar que los índices de perpetuadores de promiscuidades y violencia sean mayores hoy entre los niños de 10 a 17 años [6].

La ganancia, el dinero, los bienes y las riquezas fueron las principales razones de guerras, conflictos y muertes entre las naciones en el pasado, y aunque con un ropaje diferente, continúan siendo en los días actuales. No falta disposición, en nombre del lucro, para disciplinar al mundo, mediante el poder de los medios de comunicación, para condicionar a toda la sociedad en los caminos del intenso, acentuado, voluptuoso y vigoroso libertinaje sexual. Todo en nombre del placer, la ambición y el dinero. Todavía ese nuevo modelo de relación posee un lado poco temido, pero con posibles consecuencias devastadoras. La libertad sexual es lo que el uranio es para la bomba atómica, o sea, una explosión inmensurable de consecuencias devastadoras está a la espera. Un colapso incontrolable es lo que pre ven muchos estudiosos. Una crisis irrefrenable podrá golpear en nuestras puertas en cualquier momento. En la Biblia identificamos ese total descontrol como “los días de Lot” y “los días de Noé”. De esta forma Jesús presentó el cuadro que retrata la situación generalizada de la violencia, inmoralidad y devastación en los días finales de la historia humana (Lucas 17:26-37).

En verdad, ya podemos observar pequeñas, apenas pequeñas incursiones, como en los casos de violencia constante y creciente especialmente envolviendo a mujeres, adolescentes y niños. Las ondas de violaciones, violencia y promiscuidad generalizada son solo las diminutas puntas del enorme e inmensurable iceberg. Basta observar los tantos reportajes de mujeres, adolescentes y niñas que son secuestradas para servir de prostitutas en los campos de refugiados. Basta leer las variadas notas retratando las miles de niñas y adolescentes secuestradas todos los años por mafias que existen tanto en países orientales como en los occidentales para el tráfico de sexo. [7] Números que, según los noticieros, crecen de manera alarmante todos los años. Basta ver las constantes notas sobre niños explorados sexualmente al borde de rutas y los hijos violados hasta por parientes cercanos.

La calamidad que no deseamos es la que nosotros mismos hemos permitido entrar a nuestra casa a través de las concesiones sugeridas por la moda, por las costumbres, por los medios de comunicación, por la industria del entretenimiento y por la influencia popular. Los cines, las películas, las novelas, los dibujos animados, los libros y revistas de actualidad [8] están cargados de estas propuestas que vulgarizan nuestra familia y colocan a nuestros hijos en la bandeja de los poderosos. ¿Consecuencias? De las más diversas inimaginables.

Finalmente, necesitamos más que nunca despertar nuestra conciencia con el objetivo de resucitar la más profunda reflexión y acción. Aunque parezca radicalismo o fanatismo, es necesario que no seamos más participantes o incentivadores de esa cultura repleta de “todo lo que es mentiroso, todo lo deshonesto, todo lo injusto, todo lo que es de mala fama” para vivir en la práctica lo que se nos aconseja en Filipenses 4:8. Mientras somos consumidores de lo que se nos ofrece como ficción e inmoralidad natural, ya sea en la televisión, en los libros, películas/novelas (aunque contengan pocas escenas de desnudez y sexo), revistas, cine, música, moda sensual, propagandas o DVD, la culpa de las desgracias resultantes de esa industria será atribuida y compartida también por nosotros. En suma, los violadores y violentos serán solo representantes de los que se convierten directa o indirectamente en consumidores de esas ideas y productos, pues la estimulación e instigación de las ideas y productos vastamente esparcidos por la industria y por los medios existen gracias a sus consumidores, los verdaderos patrocinadores.

Pr. Gilberto Theiss


1 Ver nota “Você sabe o que é revolução sexual?”, en: (http://cleofas.com.br/voce-sabe- o-que- e-a- revolucao-sexual/)

2 Ver “Culto á erotização estimula sexualidade precoce e pedofilia”, en: (http://www.aids.gov.br/noticia/culto-erotizacao-estimula- sexualidade-precoce- e-pedofilia), “causas da violência sexual contra crianças e adolescentes”, en: (http://www.childhood.org.br/causas-da- violencia-sexual- contra-criancas- e-adolescentes), y “O silêncio da sociedade e a erotização infantil”, en: (http://www.academia.edu/4259483/O_sil%C3%AAncio_da_sociedade_e_a_erotiza%C3%A7%C3%A3o_infantil).

3 Ver “O feminismo e a legalização do aborto”, en: (http://jornalggn.com.br/blog/luisnassif/o-feminismo-e-a-legalizacao-da-prostituicao?page=1).

4 A indústria do sexo promove faturamentos bilionários. Ver los temas “Os novos lucros do sexo”, en: (http://www.istoedinheiro.com.br/noticias/negocios/20130726/novos-lucros- sexo/133625.shtml), “A indústria do sexo” en: (http://www.istoedinheiro.com.br/noticias/negocios/20130726/novos-lucros- sexo/133625.shtml), y “Os números da indústria do sexo no mundo”, en: (http://jornalggn.com.br/blog/luisnassif/os-numeros- da-industria-sexual-no- mundo).

5 Ver nota “A maioridade penal e a legalização da prostituição”, en: (http://www.cut-se.org.br/ponto-de-vista/artigos/266/reducao-da- maioridade-penal- visa-legalizar- a-prostituicao- infantil) y la tesis doctoral de Ivanise Hilbig de Andrade, titulada” A EXPLORAÇÃO SEXUAL INFANTO-JUVENIL NOS DISCURSOS DE ARTIGOS DE OPINIÃO”, en: (http://www2.unemat.br/avepalavra/EDICOES/Esp1112/artigos/ivanise.pdf).

6 WELLS, David F. Reforma hoje, p.24.

7 Ver “Tráfico de mulheres: o sistema imperialista e a opressão das mulheres” en: (http://www.paginavermelha.org/noticias/traficodemulheres.htm), “Tráfico internacional de crianças: mercadobilionário”, en: (http://www.desaparecidosdobrasil.org/procuro-minha-mae/trfico-internacional-de-crianas- --mercado-bilionrio), y la investigación de Cristiane Araújo de Paulo, titulada “Tráfico internacional de pessoas com ênfase no mercado sexual”, en: (http://www.ambito-juridico.com.br/site/index.php?n_link=revista_artigos_leitura&artigo_id=1640).

8 Ver los temas del periodista Michelson Borges sobre la familia y los medios de comunicación en: (http://www.criacionismo.com.br/2014/08/videos-e- palestras-sobre- influencia-da.html).