A lo largo de sus veinte años de existencia, el proyecto Basta de Silencio ayudó a reescribir historias de personas que vivieron días sombríos, angustiantes, de miedo y aflicción frente a variadas formas de violencia. Ahora comparten como, influenciadas por esa iniciativa, lograron comprender que las relaciones abusivas que sufrían debían terminar, y que aunque no pudieran borrar los episodios del pasado, tenían que superarlos.
Era el año 2018 y mi esposo y yo estábamos viviendo en Sao Gabriel da Cachoeira, municipio del estado del Amazonas, Brasil, que tiene frontera con Venezuela y Colombia. En esta ciudad hay cerca de 47 mil habitantes, de los cuales el 90% son indígenas, con variaciones lingüísticas de 27 dialectos. Es rica en bellezas naturales y diferente del resto del estado.
Ese mismo año, el proyecto Quebrando o Silencio [Basta de Silencio] abordaba el tema del suicidio. Como iglesia, nos organizamos para ofrecer una atención diferente a esa comunidad. Al investigar sobre el asunto, descubrí que Sao Gabriel da Cachoeira está entre las ciudades con mayores índices de suicidio. Y tiene el mayor índice entre los adolescentes y jóvenes.
A partir de entonces, armamos un equipo local para hacer un abordaje especializado. Hicimos un levantamiento de las mayores escuelas municipales y estatales de la ciudad y llevamos la propuesta a los administradores de presentar temas dirigidos a ese público. Todos nos atendieron de manera muy amigable. La repercusión fue tan positiva que atendimos tres escuelas, comenzando con la educación infantil hasta la enseñanza media y Educación de Jóvenes y Adultos (EJA).
En una de las ocasiones, atendimos una escuela estatal de gran porte. Reunimos en el auditorio a cuatro grupos de segundo y tercer año de enseñanza media. Entre los integrantes de mi equipo, nos turnábamos para presentar los temas, atender los niños y adolescentes, distribuir los materiales (revistas y folletos) y observar cualquier actitud diferente en medio del público. Recuerdo que siempre estábamos atentos cuando el público era de adolescentes, pues requerían más cuidado al abordar el tema.
Ese día, una de las personas del equipo dio la primera parte de la charla y yo, la segunda, que era más pesada. El asunto de la muerte generalmente es poco abordado y más tenso, y se requería mucha sabiduría del cielo para hablar de él. Recuerdo que siempre oraba con mi equipo. Mi esposo siempre nos acompañaba, proporcionando apoyo espiritual y material. Al comenzar la presentación, noté a una joven muy inquieta, con un semblante triste y cargado de angustia. Continué, con la ayuda de Dios. En medio de tantos adolescentes, Ana (nombre ficticio) comenzó a llorar y, de repente, salió corriendo por el corredor lateral del auditorio. Hice una señal a mi equipo, y en seguida dos personas fueron a su encuentro.
Encuentro que salva
Terminé la presentación y, al final, como de costumbre, varios adolescentes vinieron a nuestro encuentro para desahogarse, pedir ayuda personal y también los materiales que distribuíamos. Ana no volvió al auditorio, ni algunos del equipo. Estaba preocupada y después fui a verificar lo que había ocurrido. Encontré a mis colegas alrededor de Ana, en un espacio aparte del corredor de la escuela. Todos estaban con un semblante de preocupación y la joven lloraba mucho. Con mucha calma pedí para conversar con ella. La niña se desahogó y con todas las letras, dijo “Hoy yo me iba a matar”. ¡Qué choque causaron esas palabras en todos nosotros! ¿Cuáles eran los motivos reales para que ella llegara a esa decisión? Ni ella lo sabía bien. Después de un tiempo, dijo “No sé por qué ustedes vinieron aquí hoy a hablar sobre eso, pero sé que por algún motivo me siento bien con ustedes a mi alrededor. No quiero morir. ¡Ayúdenme!
¡Qué bendición saber que el Espíritu Santo nos llevó hasta aquella escuela y nos usó como instrumentos para la salvación de vidas, principalmente la vida de Ana! Todo se calmó y ella fue derivada para una atención especializada. Acompañada por nuestro equipo y los miembros de la iglesia, ella recibió la invitación para participar del Club de Conquistadores, porque tenía quince años en esa época. Ana recibió visitas, hizo nuevos amigos, aceptó los estudios bíblicos. Al final del 2018 nos mudamos de ciudad, pero supimos que Ana permanece en Conquistadores y asiste a la iglesia.
Alabado sea el nombre del Señor, quien nos usa como instrumentos de salvación. Debemos ser “fragancia de vida para vida en Cristo Jesús” (2 Corintios 2:16).