Superconectados, distraídos y vacíos

Vivimos en una era de abundancia informativa y escasez de reflexión. Descubre cómo no perderte en medio de tanta superficialidad y usar internet con sabiduría y propósito.

Más de 14 mil millones de horas por día. Ese es el tiempo que la humanidad, sumada, dedica al consumo de contenidos en redes sociales, según el Digital Global Overview, publicado en 2025 por DataReportal. El usuario promedio dedica 18 horas y 41 minutos por semana a este tipo de consumo. En Brasil, ese número es aún mayor: 3 horas y 37 minutos al día, o más de 25 horas semanales, muy por encima del promedio mundial. Pero la cuestión no es solo el tiempo: es la cantidad de información a la que estamos expuestos. Si consideramos, por ejemplo, los videos cortos —como Reels, Shorts o contenidos de TikTok—, con una duración media de hasta minuto y medio, eso puede equivaler al consumo de más de 140 videos por día, o más de 4 mil al mes. Son fragmentos de información sobre temas diversos —muchas veces superficiales— que pasan frente a nuestros ojos a un ritmo acelerado, uno tras otro. La pregunta que queda es: ¿qué está provocando todo esto en nuestra mente?

¿Por qué es tan difícil dejar el celular?

“Me di cuenta de que mi relación con las redes sociales era problemática cuando desinstalé todas las apps —Instagram, YouTube, Pinterest— y terminé viendo la galería de fotos del celular porque parecía un feed”, cuenta la arquitecta Isabela Brito. Notó que, en la mayoría de los días, pasaba unas 3 horas en redes sociales. “Pero en días de más ansiedad, podía llegar a estar hasta 7 horas con el celular”, relata. Como no confiaba en su autocontrol para gestionar el tiempo, recurrió a estrategias que dificultaran el acceso al dispositivo. “Uso los límites de tiempo que tienen las propias apps, pero a veces los respeto, a veces no. Aprendí a dejar el celular dentro del armario. Si está cerca de mí, lo voy a usar”, admite.

Puede ser impactante ver, en números absolutos, cuánto tiempo se gasta en redes sociales —al fin y al cabo, rara vez sentimos que pasamos tanto tiempo deslizando el dedo por la pantalla. La neuropsicóloga y magíster en neurociencias Rosângela Morais explica este fenómeno: “La percepción del tiempo en redes sociales es completamente distinta de la percepción del tiempo en la vida cotidiana”. Ella aclara que, como las plataformas están diseñadas para mostrar lo que más atrae nuestra atención y el contenido se ofrece de forma prácticamente infinita, ese flujo constante activa el sistema de recompensa del cerebro. “Eso libera dopamina y nos mantiene allí, incluso sin darnos cuenta del paso del tiempo. Seguimos deslizando sin siquiera pensar”, completa.

Este efecto no es casual. El publicista y magíster en comunicación y cultura Geyvison Ludugério destaca el uso de recursos de diseño y elementos propios de los videojuegos para aumentar el tiempo de permanencia en las plataformas. “Los ‘me gusta’, los números de seguidores y otras métricas —todo eso tiene cierta conexión con el universo de los juegos, que han demostrado tener la función de mantenernos enganchados”, detalla. Explica que la evolución de los algoritmos a lo largo del tiempo forma parte de esta estrategia. “Al principio, los contenidos se mostraban en orden cronológico, pero con el tiempo los desarrolladores notaron que, si se mostraban de manera aleatoria, según cálculos algorítmicos, esa imprevisibilidad generaba pequeñas descargas de dopamina en el usuario, lo suficiente para que quisiera seguir allí”, comenta.

Geyvison compara este mecanismo con el funcionamiento de un casino: “La expectativa por lo que viene después, la sensación de sorpresa causada por lo inesperado, mantiene a la persona atrapada, generando adicción”. El pastor Odailson Fonseca, líder de Comunicación de la Iglesia Adventista en el estado de São Paulo, amplía esta comparación. “La expectativa por el próximo resultado hace que las personas pierdan la noción del tiempo mientras tiran de la palanca de una máquina tragamonedas. Lo mismo pasa con los videos: uno se queda hambriento por la próxima excitación, por el próximo estímulo”, observa. Señala que la mayoría de nosotros, al igual que Isabela, ya se ha visto atrapado en esta dinámica. “Todos tenemos que asumir la responsabilidad, porque todos nosotros, en algún momento empezamos a deslizar la pantalla y, de repente, pasaron 15, 20 minutos, 2 horas o 20 horas, en busca de esos ‘gatillos dopaminérgicos’, esos estímulos de placer, curiosidad, sensación, humor, el meme que puede estar en el siguiente video”, añade.

Los efectos del exceso de información superficial

No es casualidad que el tema de la dopamina siempre aparezca cuando se habla de redes sociales. La desregulación del sistema de recompensas trae consecuencias que van más allá de la adicción. Al hablar de su relación con el celular, Isabela nota que el uso excesivo afecta su capacidad de concentración. “Me vuelvo menos enfocada en el trabajo y tardo mucho más en hacer tareas simples. Incluso para limpiar un baño, una tarea que lleva 30 minutos, si estoy revisando el celular todo el tiempo, puedo demorar hasta una hora y media”, cuenta. Isabela también señala otro problema: buena parte del contenido que consume no es realmente relevante. “Al final del día, me acuerdo de algunos, pero no de todos. Y si tuviera que clasificarlos por utilidad, tal vez solo un 30 % valga la pena”, reflexiona.

Sobre este punto, la neuropsicóloga Rosângela Morais aclara que nuestro cerebro registra solo una fracción de la inmensa cantidad de información que nos bombardea cada día, y destaca que el desafío no está solo en el volumen que logramos procesar, sino también en la carga emocional que muchas veces acompaña esos contenidos, lo que hace que la experiencia sea aún más desgastante. La especialista también explica cómo la pérdida de foco y el uso desenfrenado de redes sociales están conectados. “Las actividades rápidas, que requieren poco esfuerzo cognitivo, terminan perjudicando la capacidad del cerebro para sostener la atención y ejecutar tareas más exigentes”, señala.

Para ilustrar la gravedad del problema, Rosângela menciona la expresión brain rot (cerebro podrido), elegida en 2024 como la palabra del año por el diccionario Oxford. El término describe la degradación mental causada por la exposición constante a contenidos breves, superficiales y altamente estimulantes, como los videos cortos de TikTok e Instagram. “La idea detrás del ‘cerebro podrido’ es que esta sobreexposición a información fragmentada y de bajo costo cognitivo puede afectar la concentración, dificultar el procesamiento profundo y provocar agotamiento mental a largo plazo”, alerta la especialista.

“Lo vi en TikTok…” — el peligro de confiar en todo lo que se ve

Además de comprometer la concentración y el razonamiento, el consumo excesivo de información rápida y fragmentada abre espacio para otros peligros —como la falsa sensación de estar bien informado. Una encuesta de Adobe, realizada en Estados Unidos en 2024, reveló que el 64 % de la Generación Z —los nativos digitales, nacidos entre 1997 y 2012— prefieren TikTok como herramienta de búsqueda. Lo mismo ocurre con el 49 % de los Millennials (nacidos entre 1980 y 1996) y casi el 30 % de la Generación X (entre 1965 y 1980). Para el pastor Odailson Fonseca, estos datos revelan un gran riesgo. “Estamos lidiando con personas que le dan más peso a un video viral de pocos segundos que a un análisis profundo con múltiples fuentes sobre el mismo tema. Eso nos lleva a una situación alarmante: las fuentes hoy en día son extremadamente cuestionables”, alerta.

Para el especialista, la popularidad de los videos cortos refleja la impaciencia de la sociedad actual. “Estamos en la sociedad de la prisa. Queremos absorber, en 15 segundos, el equivalente a una carrera universitaria con maestría y doctorado. Eso no es posible”, reflexiona. Según él, este escenario no debe generar desesperación, sino despertar una reflexión sobre el tipo de contenido que consumimos y la forma en que evaluamos la información. “Quien trabaja en comunicación sabe que la fuente primaria —el testigo directo de un hecho— es la más confiable. Pero lo que tenemos son videos con opiniones personales, tratados como si fueran investigaciones académicas. No funciona así”. Y completa: “No se trata de estar en contra de los videos cortos, sino de entender que no pueden ser la base fundamental de la verdad.”

Confiar únicamente en videos de redes sociales para informarse es un problema con consecuencias reales —y, en algunos casos, hasta bastante graves. Uno de los campos donde esto se muestra de forma más alarmante es la salud. Médicos han reportado casos de pacientes que se automedicaron, abandonaron tratamientos efectivos o desarrollaron cuadros más graves tras seguir orientaciones de influenciadores en redes sociales. “Me he encontrado con varios pacientes que abandonan la insulina, abandonan la metformina u otros tratamientos convencionales científicamente establecidos y comienzan a tomar tés o jugos, creyendo en supuestos tratamientos naturales prescritos por cualquiera en internet”, cuenta Viviane Guimarães, médica en especialización de psiquiatría.

El cirujano y coloproctólogo Cícero Diego verifica la misma realidad en su práctica médica. “Con frecuencia atiendo pacientes que creyeron en cualquier tipo de terapia vista en internet, hicieron suplementación de hormonas o vitaminas que no necesitaban y llegaron al consultorio presentando trastornos hormonales o hipervitaminosis”, relata. También menciona el caso de un paciente que, tras investigar sus propios síntomas en internet y pensar que era algo simple, no buscó asistencia médica. “Lamentablemente, cuando finalmente vino a la consulta, diagnosticamos un cáncer de intestino de forma tardía, con un año de retraso. Ese tipo de perjuicio es incalculable para la vida”, lamenta.

¿Por qué creemos en información falsa?
—cualquiera puede ser ‘especialista’”, evalúa Diego. Viviane destaca el peligro de que la familiaridad con el emisor de la información, muchas veces, prevalece sobre la confiabilidad del contenido. “La gente prefiere escuchar a quien ya conoce antes que la información científica, por ejemplo”, analiza.

La percepción de los médicos cuenta con respaldo de especialistas en neurociencia y comunicación, que ayudan a explicar por qué tantas personas creen, comparten y toman decisiones basadas en información falsa sin verificar su veracidad. La magíster en neurociencias Rosângela Morais destaca que la información falsa se propaga un 70 % más rápido y con mayor alcance que las noticias verdaderas porque están diseñadas para activar disparadores emocionales, como miedo, ira, asco o pánico. “Estas emociones hacen que el cerebro reaccione de forma impulsiva, priorizando una respuesta rápida en lugar de una reflexión racional”, detalla.

Esta tendencia se refuerza por un proceso conocido como razonamiento motivado, en el que distorsionamos la información para ajustarla a nuestras creencias previas. Así, cuando una información falsa resuena con lo que ya creemos —y además nos provoca una emoción fuerte—, somos impulsados a compartirla sin cuestionamientos. “Queremos alertar a otros o simplemente evitar quedarnos atrás frente a algo que parece urgente o peligroso”, apunta la especialista.

Rosângela hace un llamado de atención: “Quienes producen desinformación explotan exactamente este comportamiento, porque saben que al despertar esas emociones, tendrán más posibilidades de que la noticia se difunda ampliamente.” El pastor y comunicador Odailson Fonseca refuerza esta advertencia. “Internet informa tanto como desinforma. Los influenciadores saben que, en los primeros cinco segundos, tienen que impactar, impresionar o asustar para captar la atención. ¡Imaginen entonces cómo estamos cada vez más presos de un titular superficial para formar una percepción que debería ser mucho más profunda!”

Para el publicista y magíster en comunicación y cultura Geyvison Ludugério, hay otro factor que contribuye a que internet sea terreno fértil para la difusión de contenidos falsos: la ruptura de la jerarquía de la información. “Antes, la sociedad se configuraba como una pirámide, en la que quienes estaban arriba tenían la información y se la transmitían a quienes estaban abajo, quienes simplemente la aceptaban. Ahora vivimos en una sociedad en red, como describen autores como Castells y Bauman. La autoridad está pulverizada”, explica.

Sin embargo, aunque esta democratización de la información parece positiva a primera vista, también conlleva riesgos. El especialista observa que, en este nuevo contexto, cualquiera puede parecer una fuente confiable —aunque no lo sea. “A veces alguien se vuelve referencia simplemente por repetir lo que otros influenciadores dijeron. La información no es precisa ni actualizada, pero como las redes sociales no exigen profundidad, se da a entender que esa persona es una autoridad, cuando en realidad no lo es.” El peligro, según él, es que estas burbujas de influencia formadas en internet crean pequeños poderes informativos que operan sobre percepciones frágiles y superficiales.

¿Cómo usar internet sin perderse en ella?

Ante este escenario, Rosângela destaca que es fundamental recordar: información y conocimiento no son sinónimos. Ella analiza que estamos viviendo una era en la que el acceso a datos nunca fue tan fácil: videos, noticias, podcasts y publicaciones se multiplican ante nuestros ojos. Sin embargo, esta abundancia no garantiza aprendizaje. “La información es lo que recibimos en formato bruto — hechos, números, declaraciones y datos —, pero el conocimiento implica un proceso más complejo: entender, analizar, interpretar y aplicar esa información de manera significativa”, aclara.

Es decir, no basta con consumir datos — es necesario digerir el contenido. El pastor Odailson Fonseca refuerza esta necesidad, señalando la responsabilidad individual ante el aluvión de información: “Hoy tenemos acceso a miles de millones de videos publicados cada día en internet. ¿Cuál es nuestra obligación? Tener más discernimiento y criterio”. También retoma la cuestión de la velocidad, que dificulta el análisis crítico. “El problema de las fake news es la pereza para evaluar. En otras palabras, el problema de la desinformación hoy es nuestra impaciencia para verificar.”

Para combatir esta tendencia, el pastor señala algunas directrices prácticas. “Primero, cuestione los titulares extremadamente llamativos, escritos con énfasis en el marketing sensacionalista. No digo que todos sean falsos, pero es importante cuestionarlos. Segundo: ¿escuchaste, viste o leíste algo extremadamente impactante? Antes de compartir o adherir, confirma con otras fuentes. Lee quién lo escribió. Intenta verificar el origen del tema”, incentiva, y da algunos ejemplos de cómo hacerlo. “Si viste algo en TikTok, verifica el tema de ese video en Google y mira en Instagram si hay otros videos que lo estén repercutiendo”. También menciona que es posible usar incluso inteligencia artificial. “Pide a ChatGPT: ‘quiero varias fuentes sobre este tema.’ Él buscará y te entregará varios enlaces que te ayudarán a verificar la información”, complementa.

De la distracción a la intención: el uso consciente de internet

Conocer todas estas ramificaciones del consumo excesivo de contenidos superficiales es el primer paso en el proceso de reeducación. Como afirma Rosângela, “la necesidad de educación para el uso consciente de internet nunca fue tan urgente”. Para ella, no hay una receta única para lidiar con el impacto de las redes sociales y la sobrecarga de información — diversos caminos son extremadamente válidos y pueden ayudar a mantener un uso más consciente y equilibrado de la tecnología. “Es fundamental reconocer señales de pérdida de control, como ansiedad y fatiga mental, y actuar. Esto incluye detenerse a reflexionar y desconectarse cuando sea necesario. Si se sale de control, hay que encender la alarma. Este primer paso es esencial”, orienta la especialista.

Destaca que el equilibrio está en la intencionalidad: es necesario contrarrestar el consumo de contenidos digitales — que estimulan la gratificación instantánea y dificultan el enfoque — con actividades más profundas y enriquecedoras. “Debemos compensar los efectos del contenido rápido en el cerebro con experiencias que promuevan la reflexión crítica y el crecimiento intelectual”, explica. Esto puede incluir reservar momentos diarios para la lectura, la meditación o conversaciones significativas, fortaleciendo así la capacidad de enfoque y análisis.

El pastor Odailson complementa esta visión con una reflexión espiritual. “No hay problema mortal o pecaminoso en el entretenimiento proporcionado por las redes sociales cuando hay control. Pero la dependencia viciosa que conduce al empequeñecimiento, a la putrefacción mental, esa sí es problemática”, enfatiza. Para él, controlar el propio consumo es fundamental, y ha implementado algunas soluciones para ello en su rutina. “Desactivé las notificaciones para que no aparezcan en la pantalla y recibo periódicamente un informe del tiempo que paso en cada red social”, comparte.

Desde 2018, decidió usar las redes sociales con un propósito intencional: creó el segmento “Un Minuto para Siempre”. “Noté que las personas no van a internet solo por la dopamina del vicio. También pueden estar ahí por la carencia de un mundo que tiene escasez de paz, verdad, calma, tranquilidad, orientación, un hombro, acogida, empatía. Y eso he intentado traducir en este segmento”, relata.

Hoy, ya son más de 1.500 reflexiones en texto publicadas, y el segmento se ha convertido en una extensión de su ministerio — un espacio para compartir algunas de sus percepciones y reflexiones sobre la vida. El pastor comenta que “Un Minuto para Siempre” puede ser, en cierto modo, una excepción a las reglas de lo que generalmente funciona bien en el algoritmo de Instagram. “Pero entendí que, más que nunca, internet necesita un poco más de profundidad. Incluso un texto en Instagram, que es relativamente corto, ya nos obliga a escribir más y abordar algunos temas relevantes”. Admite que conoce la fórmula para conseguir “me gusta”: escribir solo lo que la gente quiere leer. Sin embargo, no la usa. “Existen mensajes emotivos, mensajes humorísticos, pero también mensajes que me hacen perder seguidores”, comenta.

Sin embargo, al darse cuenta de que mucha gente busca recibir buena instrucción y acepta recibir orientación, sigue produciendo contenido. Destaca que para que haya una mejora social a través de internet, es necesario que sigamos escribiendo para agradar primero a Dios, antes que a cualquier otra persona. “Eso es lo que puede convertir a internet en un lugar de verdad, un lugar de Biblia, un lugar de gracia y ley, de comportamientos cuidadosos. Esto puede transformar lo digital en un ambiente que guíe a las personas hacia el reino de Dios”, complementa.

El pastor concluye con una advertencia enfática: “Necesitas controlar tu dedo. Quien no domina el deslizar de la pantalla sacrifica la mente y el corazón en la superficialidad digital”. Afirma que no sirve de nada demonizar lo digital cuando el problema está en el verdadero descontrol. “Debemos ser dueños de nuestro consumo para no ser esclavos de la dopamina. Es posible lograr un equilibrio y aprovechar lo bueno del mundo digital”, finaliza.

Fuente:

https://datareportal.com/social-media-users

https://datareportal.com/essential-instagram-stats

https://datareportal.com/reports/digital-2024-brazil

https://forbes.com.br/forbes-tech/2024/04/como-o-tiktok-virou-o-novo-google-para-a-geracao-z

https://www.thebusinessresearchcompany.com/report/social-media-advertisement-global-market-report

https://www.adobe.com/express/learn/blog/using-tiktok-as-a-search-engine