Era una noche de domingo. La primavera estaba en su apogeo, y era a mediados de los años ‘70. Alta, delgada y delicada, la adolescente N. L. usaba un vestido floreado y su cabello rubio estaba atado en lo alto de la cabeza. Su vestimenta combinaba con la estación del año, y con su manera amena de ser. Con determinación, consiguió su propio dinero a muy temprana edad, tal como muchos adolescentes de su edad en aquella época. Limpiaba casas por hora casi todos los días y, los fines de semana acostumbraba ayudar a sus padres en las tareas domésticas e iba a la iglesia. Sin embargo, aquella noche decidió quedarse en casa. Estaba sentada en el sofá del living mientras veía la televisión, y entonces escuchó un ruido; muy discreto, pero inesperado. No esperaba ninguna visita, ni siquiera la de su novio, José (nombre ficticio). De un salto, se levantó y fue a investigar quién habría llegado. Y se llevó un susto cuando vio al muchacho parado frente a ella. Inmediatamente, la adolescente le pidió a su novio que se fuera, puesto que los padres de ella podrían llegar en cualquier momento y no quería que hubiera problemas. Pero él insistió. Dijo que solamente quería abrazarla y que no tomaría mucho tiempo.
Por la decisión de N. L., esta pareja de novios no tenía contacto frecuente. Sin embargo, aquel día sucedía algo diferente. Después del abrazo apretado, más agresivo que cariñoso, él la oprimió contra la pared, le sujetó los brazos y comenzó a besarla intensamente. N. L. intentaba esquivarse, pero la fuerza superior del muchacho la inmovilizó. Finalmente, ella logró soltarse y corrió en dirección a la cocina en busca de ayuda. Él la siguió, le tironeó de los cabellos, la tiró en el suelo, y se sentó encima de ella. Mientras N. L. gritaba, él se abrió el cierre de su pantalón y la encaró ferozmente. Entonces le desgarró su vestido y su ropa íntima. Y, entre sacudidas y gritos, la violó. Entonces, sin mirarla, y sin decir una sola palabra, el agresor se cerró el pantalón... y se fue. Allí mismo, en el piso de madera dura, aturdida y en estado de shock, N. L. intentaba asimilar el terror que acababa de vivir. Sangraba por dentro y por fuera. “En aquel momento, todos mis sueños fueron destruidos por una persona en la que yo confiaba”, cuenta desahogándose. En realidad, ella no podía creer que, a partir de aquella noche, estaría entrando dentro del grupo de mujeres que habían sido víctimas de ese tipo de violencia.
LOS NÚMEROS NO MIENTEN
Se define al estupro como el acto de constreñir a alguien, mediante amenazas, a la práctica de una relación sexual sin consentimiento. Además, la violencia sexual también incluye prácticas libidinosas relacionadas. El 10° Anuario Brasileño de Seguridad Pública, publicado en 2016 por el Fórum Brasileño de Seguridad Pública, señaló que cada quince minutos una mujer es violada en ese país. De acuerdo con el informe, en 2015 resultó que 45.460 personas pasaron a formar parte de esa estadística. Sin embargo, como se estima que apenas entre el 10% y el 15% de los casos acaban siendo registrados, es muy posible que cada minuto se agregue una nueva víctima. El Estado PLurinacional de Bolivia es el país con mayor número de violencia y abuso sexual contra las mujeres y las niñas en Sudamérica, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En el Perú, se registraron cerca de 59 mil casos de violencia sexual contra menores en 2015. En muchos casos, este acto es seguido de asesinato, principalmente en la adolescencia, cuando la mujer es más vulnerable. Desde 2007, Colombia registra un promedio de seis muertes anuales cada cien mil mujeres; Venezuela, tres; y detrás viene el Paraguay, con una. Estos datos confirman que la violencia sexual es algo tan grave como recurrente.
Desde la Revolución Industrial y la Revolución Francesa, las mujeres comenzaron a luchar contra el comportamiento machista, muchas veces reforzado por el mismo género femenino. Miles de ellas salieron a las calles levantando banderas de diversos movimientos en defensa de sus derechos. Y, por sobre todo, en contra del acoso sexual, la violencia que antecede al estupro. Esto ocurre en países en los que ciertas prácticas que lesionan la dignidad de la mujer resultan legitimadas culturalmente. “La violencia sexual tiene que ver también con los piropos que se expresan en la calle; con insinuaciones disfrazadas de elogios provenientes de los superiores; además del toque físico sin consentimiento en una fiesta o en el ómnibus”, ejemplifica la psicóloga Tereza Verone, especialista en atención a la víctima de violencia de género. Y los números indican que el abuso sexual se lleva a cabo en mayor escala en un ambiente que debería ser el símbolo de protección: el hogar. En 2017, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que el 30% de las mujeres en todo el mundo sufre violencia conyugal, ya sea física o sexual.
En el Brasil, a su vez, un estudio del Instituto de Investigaciones Económicas (Ipea), basándose en el Sistema de Informaciones de las Notificaciones de Afrentas del Ministerio de la Salud (Sinan), reveló que el 70% de las víctimas de crímenes sexuales son niños y adolescentes. En la mitad de los casos, los menores ya tienen un historial de estupros anteriores, y en el 15% de los casos, el abuso había sido realizado por dos o más agresores (ver cuadro). Las consecuencias de esto para el proceso de formación emocional y social de quien sufre el abuso son devastadoras. La psicóloga Cristina Gutierres, especialista en atención al agresor, confirma el hecho cuando recuerda los relatos de sus pacientes: “Generalmente, el agresor es alguien que ya ha sufrido violencia. Tiene la carga de una conturbación histórica de vida, y por esto termina reproduciendo los ejemplos que vio y que vivió en la infancia y en la adolescencia”, nos explica.
SILENCIO QUE MATA
Aquella noche, después de permanecer en el suelo un largo tiempo, N. L. se levantó. “Busqué por la casa analgésicos. Me tomé aproximadamente quince comprimidos. En realidad, quería terminar con el dolor que tenía en el alma. Y pensé en suicidarme”, subraya. Después, ella comenzó a sentirse mal y se sentó en el suelo, en el mismo lugar en que había sido violentada. Cuando la puerta se abrió nuevamente, y el eco de las voces familiares logró entrar en sus oídos, ella respiró hondo. Y pensó si les contaría a los padres lo que había acabado de suceder. El padre, en esa época, ya estaba jubilado, y se sintió muy alarmado cuando vio a su hija en el suelo. Y corrió a su encuentro pidiéndole explicaciones. Después de algunos minutos, la muchacha finalmente pudo responder a las preguntas. “Estoy teniendo una crisis de estrés. Y me acaba de venir la menstruación. Necesito dormir”, mintió. Su deseo fue respetado, y la llevaron cargando hasta su habitación, donde estuvo allí durante algunos días. Actitudes como estas son recurrentes.
Dado que el estupro sucede entre niños y adolescentes, y de parte de personas conocidas, tales como tíos, primos, vecinos, amigos, y aun hasta entre parejas, miles de víctimas optan por la mentira o por el silencio. La misma investigación del Ipea, que fuera citada al comienzo del reportaje, confirma esto al mostrar que el 24% de los agresores son padres o padrastros y que el 32% son amigos o conocidos de las víctimas. Sin embargo, cuando se trata de víctimas adultas, en el 60,5% de los casos el agresor es un desconocido. “Las personas piensan que el violador tal vez esté en la calle espiando a la espera de las mujeres. Sin embargo, es necesario decir que el estupro puede ocurrir dentro de la casa”, observa la psicóloga Tereza Verone. Los motivos de la omisión son siempre vergüenza y miedo, nos informa la profesional. Esto se debe al hecho de que las mujeres se sienten humilladas y deshonradas ante el estupro. En el razonamiento de la víctima, siente que el agresor puede hacerle algo mucho peor, si ella busca ayuda.
CULTURA DEL ESTUPRO
En su libro La noción de cultura en las Ciencias Sociales (Edusc, 2012), Denys Cuche explica que la cultura es el instrumento que naturaliza las acciones y los comportamientos humanos. El término “cultura de la violación” se refiere a las innumerables maneras de culpabilizar a la víctima por el estupro. Además, tiene que ver con la creencia social de que tal tipo de violencia puede ser justificable o natural. Este término fue acuñado en la década de 1970; sin embargo, se popularizó en el Brasil en el año 2016, debido a un caso de violaci��n colectiva ocurrido en Río de Janeiro. En mayo de aquel año, una adolescente de 16 años había sido abusada por más de siete hombres, en dos oportunidades, en el Morro de Barão, en la zona oeste de la ciudad de Río de Janeiro. El hecho tomó repercusión mundial, principalmente por haber sido filmado, fotografiado y publicado en las redes sociales. “La sociedad ya está acostumbrada a este tipo de violencia. Además, necesitamos considerar que el hombre naturalmente subyuga a la mujer, hace que ella se convierta en un objeto de consumo y la vuelve inferior. De este modo, ella se siente culpable de las agresiones que sufre”, analiza Fabiano Soares, coordinador de SEJA, un proyecto que combate la violencia contra la mujer y el machismo. La profesora de Derecho Penal y Criminología de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) Cristiane Brandão argumenta que el problema es muy serio, pues está profundamente enraizado en la educación de las niñas. Algunas víctimas, incluso, permanecen con el verdugo durante décadas, sobre la base del conocido discurso machista: “La mujer recibe golpes porque quiere”.
JUSTICIA VERSUS IGNORANCIA
Mientras miles de mujeres son violadas todos los años en todo el mundo, los profesionales del área de la justicia intentan combatir ese drama social. La investigación “Mujeres, Empresas y Derecho”, realizada en 2016 por el Banco Mundial, pudo constatar que de 173 países, solamente 95 tienen legislación de protección a las mujeres víctimas de violencia física y sexual. “El hecho es que, aun cuando estas medidas ofrezcan protección a la víctima y castigo al agresor, esto no es suficiente”, asegura la comisaria Ana Salomone, de la 1ª Comisaría de Defensa de la Mujer en Soro - caba, en el interior paulista (Rep. del Brasil). “De nada vale que existan tantas leyes y apoyo judicial, si la mujer no busca ayuda. Y todavía peor que esto, de nada vale si ella no recibe orientación de parte del Estado con respecto a cómo proceder”, afirma. Para Ana, el mayor problema para que las leyes vigentes sean eficaces es la falta de divulgación. Muchas víctimas des - conocen sus derechos; por esto, no denuncian a sus agresores.
SENSACIÓN DE VACÍO
Casi cuatro semanas después del estupro, N. L. decidió hacerse un test clínico de embarazo, solamente a fin de aliviar su conciencia. Sus piernas temblaron cuando vio el resultado del examen escrito, y en negritas: estaba la palabra “positivo”. Sin saber qué hacer, la adolescente reinició el noviazgo. Pocos meses después, ella y José se casaron; y transcurrió la gestación. Vivieron juntos durante 25 años. “Sufrí violencia todos los días en los que permanecí casada. Tengo innumerables fracturas en el cuerpo, y cargo muchos malos recuerdos en mi corazón. No necesitaba haber pasado por eso, pero no supe qué hacer. Era una muchachita, estaba perdida y no tenía información”, argumenta. Con esto, ella intenta lograr que su historia sea un ejemplo para otras mujeres. “Aprendí, muy duramente, que el casa - miento no es una solución para el embarazo. El estupro es un crimen que necesita ser denunciado y combatido con todas las fuerzas”, resalta.
LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
Entonces, la pregunta que nos queda es: ¿Cómo es posible resolver este problema de orden social? Para la profesora Cristiane Brandão, la respuesta está en la EDUCACIÓN . “Variados estudios demuestran que la sociedad reconoce el predominio de la ideología machista entre nosotros; de esta manera, las campañas de concientización surten efecto. Sin embargo, los siglos de cultura patriarcal y sexista no ceden fácilmente ante unos pocos años de inversión en educación, sea en las instituciones de enseñanza, en el Gobierno y en los medios”, observa la docente. “Resulta necesario persistir y adoptar el lenguaje actual, los recursos audiovisuales y las aplicaciones para el celular”. Sobre todo, la conclusión de los especialistas es que la educación es la herramienta más eficaz contra el crimen sexual en todos los ámbitos. Para tal efecto, los padres deben educar a sus hijos para que sean hombres correctos y respetuosos, y necesitan enseñar a las muchachitas a conocer sus propios derechos y libertades y luchar por ellos, a fin de que este crimen se pueda ir reduciendo gradualmente