A lo largo de sus veinte años de existencia, el proyecto Basta de Silencio ayudó a reescribir historias de personas que vivieron días sombríos, angustiantes, de miedo y aflicción ante las más variadas formas de violencia. Ahora comparten como, influenciadas por esa iniciativa, lograron comprender que las relaciones abusivas de las que sufrían deberían terminar, y que debían superar los episodios del pasado, aunque no los puedan olvidar.
“De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Mi corazón estaba explotando como un volcán en erupción. ¿La razón? Sostenía en las manos un ejemplar de la revista Basta de Silencio.
Al hojearla, lágrimas de tristeza caían de mis ojos y quemaban mi rostro, con rubor de vergüenza. Mi corazón se rasgaba abriendo las heridas que no habían cicatrizado. Mi mente adulta volvió a la dulce y pura infancia, a los siete u ocho años. Reviví los momentos en los cuales un primo, adulto, abusaba de mí. Era un hombre y yo solo una niña.
En ese momento, leí y entendí que todo lo que había pasado tenía un nombre: abuso. ¡Desperté! El contenido de la revista me decía claramente que yo no tenía la culpa, era una víctima indefensa. Estaba ante de un tema importantísimo.
Como abogada, año tras año recibía invitaciones de diversas iglesias e instituciones gubernamentales para hablar sobre abuso infantil, pero mi corazón me apretaba la garganta, y me impedía la emisión de cualquier sonido, entonces rechazaba la invitación. La niña todavía estaba prisionera en las manos de su verdugo. Solo tres años después del lanzamiento del proyecto Basta de Silencio, acepté la invitación para hablar en un templo adventista cerca de donde vivo.
Un paso adelante
Oré a Dios pidiendo valentía. Valentía para compartir el contenido de la revista Basta de Silencio de ese año. El día acordado, ayuné y fui a la iglesia. Cuando me dirigía al púlpito, oí a un señor decir: “Eso no existe. Abuso, no”. Mis ojos se llenaron de lágrimas y recordé los terribles momentos que viví.
Después de presentar lo que contenía esa edición, miré a la iglesia y rompí mi propio silencio, conté como fui abusada en la infancia, y que eso era, sí una realidad. En ese momento supe que la niña asustada, acorralada, que se sentía sucia, estaba libre. Yo estaba tan libre, liberada en Cristo Jesús, que tuve la autoridad para perdonar al abusador. La libertad, para mí, fue completa.
Desde entonces, hago lo posible para incentivar a otras niñas y mujeres víctimas de abuso para que también rompan su silencio. Creo que Dios orientó a la Iglesia Adventista a crear este proyecto.
Tengo la seguridad de que el proyecto ayudó, ayuda y ayudará a mujeres niñas y niñas mujeres, como yo, a romper el silencio del dolor, la vergüenza, el miedo, la repulsión y la opresión. Felicito y agradezco a todo el equipo de Basta de Silencio, que un día oyó el llanto invisible de una niña y resolvió actuar. ¡Gracias!
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11).