Basta de Silencio

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Libre de culpa

Cómo un programa de radio me dio el valor para denunciar a mi agresor.


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A una mujer le llevó casi 20 años para poder salir de una relación abusiva (Foto: Shutterstock)

A lo largo de sus 20 años de existencia, el proyecto Basta de Silencio ayudó a reescribir historias de personas que vivieron días sombríos, angustiantes, de miedo y aflicción ante las más variadas formas de violencia. Ahora, esas personas comparten cómo, influenciadas por esta iniciativa, lograron ver que las relaciones abusivas en las que se encontraban debían terminarse, y que los episodios del pasado, aunque no pudieran ser borrados, debían ser superados.

Al principio, todo era muy bueno. A todos le agradaba. Era alguien muy agradable con las personas y sabía cómo cautivar. Me quedé embarazada antes del matrimonio. Fue un error, porque estuve en una relación con él por poco tiempo y no lo conocía muy bien. Luego de seis meses, nos casamos. Poco antes de que naciera nuestro hijo, él empezó a estar raro. Con el paso de los días, se volvió extremamente grosero, ignorante y empezó a querer golpear al niño. ¡No se lo permitía!

Miedo y vergüenza

En un determinado momento, fui a la casa de mi madre y mi marido fue detrás de mí. Sin saber la realidad y cómo yo era tratada en casa, mi madre le tuvo lástima a él. Ella pensaba que estaba todo bien y que yo era el problema.

Yo no quería regresar, pero descubrí que estaba embarazada nuevamente. Durante la gestación, mi esposo se convirtió en una persona fantástica, pero después de que nació nuestro segundo hijo, las cosas solo empeoraron.

Cuando los niños ya estaban grandecitos, empecé a llevarlos a la iglesia, pero a mi esposo no le gustaba. Pronto empezó a dormir con un arma debajo de la almohada y decía que, si yo me separaba, él se quedaría con los niños. Por miedo y por mis hijos, seguí en esa situación. Tenía vergüenza de lo que vivía e intentaba esconderlo de todos.

Después de un tiempo, nos mudamos a una casa en el campo en el norte de Brasil. Estábamos muy solos, y las peleas eran intensas cuando él estaba en casa. Una noche, después de haber peleado, resalté que quería volver a São Paulo. Allí yo podría trabajar; pero él dijo que no. Dijo que yo tenía que estar a su lado, porque necesitaba ayuda para contener la adicción a la pornografía y a las prostitutas. Quedé en shock.

Estaba decidida a separarme. Le pedí que vendiéramos la casa en el campo y me quedé en la casa de mi tía con mis hijos. Después de la venta de esa casa, volvimos a São Paulo, pero no lograba separarme. En una determinada ocasión, él me tomó por el cabello, me empujó al sofá y puso mi cabeza sobre el respaldo, de forma que mi cabeza estaba hacia abajo. Allí también me torció y apretó la garganta.

Luego, buscó a los hermanos de iglesia, dijo que yo me había separado de él y que quería un estudio bíblico y ser bautizado. Así sucedió. Él se convirtió en una excelente persona a los ojos de los demás, pero dentro de casa seguía siendo grosero, estúpido y agresivo. Después, empezó a agredir a los niños.

Libre de culpa

Fuimos a vivir al campo nuevamente, pero él solo se quedaba en la ciudad y me dejaba encerrada en casa para que yo no pudiera ir a la iglesia con mis hijos. La solución era ver los cultos por la TV. Un día, estaba en la cocina escuchando el programa de Darleide Alves en la radio, y una invitada habló sobre el abuso emocional y físico que sufrían algunas mujeres por parte de sus compañeros.

En ese momento, fue como si ella estuviera hablándome. Estaba describiendo mi vida. La especialista hablaba de las mujeres que se sienten culpables y deprimidas. Decía que, generalmente, el compañero vive en un círculo vicioso. Ella dijo que yo no tenía la culpa, que Dios no toleraba ese tipo de cosas, que debía ser denunciado, que yo no podía quedarme callada.

Esa historia duró 19 años. ¡Fueron 19 años de sufrimiento! Sin embargo, vi la mano de Dios en mi vida cuando tomé la iniciativa de levantarme y denunciarlo.

Pasaron muchas cosas, pero después de todo lo que pasé, Dios me concedió un regalo: mi actual esposo, quien me ama y cuida de mí. Él es una bendición de Dios.

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