Humillación, invasión y amenaza. Sueños deshechos, el corazón herido y sentimientos de que la vida ya no tiene más sentido.
Cuando a alguien le violan su intimidad y su respeto, las consecuencias más probables son el dolor y el trauma. Sin importar si el estupro ha ocurrido a la salida de una fiesta o dentro de la casa, el cuadro es el mismo: un abusador que se aprovecha de una víctima indefensa. Por eso, la ropa, el ambiente o las circunstancias no pueden ser excusas para este crimen tan grave.
Resulta necesario actuar sin más dilación, a fin de romper el ciclo de explotación de quien está siendo abusado y proteger a las víctimas potenciales.
Para esto, resultará necesario realizar un esfuerzo conjunto con la intención de discutir acerca de las posibles soluciones ante este drama que afecta a tantas personas. A fin de poder darse una idea de cuán cerca está de nosotros este problema – e incluso más de lo que nos imaginamos–, en el año 2011 la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que el 70% de las mujeres, en todo el mundo, sufre de algún tipo de violencia de género a lo largo de su vida.
Por lo tanto, no nos podemos quedar con los ojos cerrados, ni fingir que no vemos lo que sucede a nuestro alrededor. ¿Hasta cuándo permitiremos que nuestros familiares, amigos y aún desconocidos sean lastimados por una crueldad que destruye sueños, cierra las puertas, y promueve la lenta y gradual muerte de la dignidad? Las consecuencias emocionales del estupro y de otros tipos de violencia pueden ser irreversibles y fatales.
Enfrentados con la gravedad de este escenario, la prevención deberá comenzar por casa. Un ambiente seguro, en el cual el respeto, el amor y la coherencia se valorizan, puede evitar nuevos casos y minimizar esta situación.
Sin embargo, la prevención no es responsabilidad solamente de la familia. Todos nosotros, maestros o amigos, líderes religiosos o políticos, necesitamos involucrarnos en esta causa.
Al leer esta edición, podrás notar que este asunto es grave, y puede provocar serios perjuicios físicos y psicológicos a la víctima, como así también consecuencias sociales y culturales no menos preocupantes. Sin embargo, la buena noticia es que la concientización de la sociedad señala hacia la esperanza. Por eso, desde principios del año 2000, la Iglesia Adventista del Séptimo Día promueve la campaña anual Rompiendo el Silencio, como una estrategia de prevención de cualquier tipo de violencia y un sistema de protección de las víctimas. Cuidar a los más vulnerables, proveerles información a los padres y a los educadores, y por sobre todo ayudar a disminuir la incidencia de casos de agresión son nuestros objetivos. ¡Únetenos!
MARLI PEYERL es educadora y coordinadora de la campaña Rompiendo el Silencio en América del Sur.