COSA SERIA
De origen inglés, bully significa “valentón”, o “peleador”, y define lo que casi el 21% de los estudiantes brasileños practican en el ambiente escolar, según la investigación del Ministerio de Salud y del Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), realizada en sociedad estratégica con la Escuela de Enfermería de Riberao Preto de la Universidad de San Pablo (USP, Rep. del Brasil). La mitad de los entrevistados no supo decir por qué dispara ofensas gratuitas contra los com- pañeros de clase o de colegio.
Los motivos para burlarse son muchos. Las características físicas acostumbran estar en los primeros lugares de la lista. Peso, altura, color de piel, voz, orientación sexual, religión y lugar de origen; todo eso puede servir de pretexto para la práctica de este tipo de violencia.
En el caso de Valentina, el motivo de los “juegos de niños” fue su tartamudez. “Comenzó cuando me cambié de ciudad y fui a la escuela nueva. Allí había un chico que vivía diciendo cosas ofensivas contra mí y contra otros compañeros también”, cuenta.
De acuerdo con la doctora Alexandrina Meleiro, la forma en que el bullying en la escuela afecta a los alumnos “va a depender de la estructura emocional de cada niño o de cada adolescente. En algunos casos, eso puede tener una consecuencia más seria y terminar perjudicando la autoestima de alguna persona”. Según la especialista, ese comportamiento favorece la reacción depresiva, que lleva a sentimientos de desesperanza, pensamientos agresivos e impulsividad, pudiendo llegar al suicidio.
EN EL LUGAR DEL OTRO
Así que, cuando se sintió incómoda con los comentarios del compañero de colegio, Valentina inmediatamente buscó a su madre, quien decidió presentar un reclamo en la dirección de la institución educativa. Sin embargo, no se tomó ninguna medida. A pesar de esto, para la muchachita, el gran golpe emocional vino algunos años después, cuando una profesora orientó a otro alumno para que no hiciera un trabajo escolar en grupo con ella. “Yo la escuché decirle que no me invitara a formar parte del grupo porque mi tartamudez complicaría la presentación. Fue lo peor que podía escuchar”, subraya.
Para ayudar a quien enfrenta este tipo de circunstancia, el psicólogo Eduardo Araújo, quien trabaja directamente con adolescentes, desarrolló dos proyectos. Uno de ellos se llama “Intervención”. Durante seis semanas, adolescentes de una escuela particular participan de reuniones en grupo para aprender a colocarse en el lugar del otro. Las actividades ayudan a los estudiantes a desarrollar mejor sus habilidades socia- les. Ese proceso hace que las situaciones de bullying y la falta de confianza entre alumnos y profesores sean prácticamente eliminadas.
La psicopedagoga Marisa Silvana resalta que la prevención del bullying en la escuela comienza con la observación. Cuando se observa alguna agresión física o psicológica entre los alumnos, el cuerpo docente debe estar preparado para lidiar con eso. A partir de ese momento, es necesario seguir con actividades que promuevan la empatía entre los niños y los adolescentes, identificando a quienes son las víctimas más frecuentes y protegiéndolas de posibles situaciones de vulnerabilidad. La profesional destaca que esa mirada de prevención no puede restringirse a los profesores, sino que debe involucrar a toda la comunidad escolar.
VÁLVULA DE ESCAPE
Esa relación entre profesores, gestores y alumnos necesita ser de confianza. Sin embargo, en la historia de Valentina, la realidad fue bien diferente. La “validación” de todos los comentarios que ella escuchó vino de la boca de una docente que, además de no haber solucionado la situación anterior, agravó el cuadro de la alumna que estaba siendo atacada. De acuerdo con el psicólogo Eduardo Araújo, si la víctima no siente que habrá, de hecho, alguna acción para solucionar el drama que está sufriendo en aquel ambiente, se encerrará aún más, intentando, de esa manera, evitar exponer su sufrimiento frente a cualquier otro adulto.
Tomando en consideración que el descontento vivido diariamente parecía no tener fin, a los quince años Valentina realizó su primer intento de suicidio. Los cortes en las muñecas fueron el primer grito de socorro. “El problema es cuando tú comienzas a creer en todo aquello que escuchas que los otros te dicen”, señala.
Después de ese episodio, ella comenzó a tener acompañamiento profesional. Sin embargo, para buscar ayuda de un psiquiatra, Valentina tuvo que vencer su propio preconcepto de que eso era “cosa de locos”. “Lo que influye mucho es la falta de conocimiento que las personas tienen sobre esa área”, reconoce. Ella fue diagnosticada con un disturbio bipolar y sociopatía; por lo que tuvo que adaptarse a la medicación.
VIGILANCIA CONSTANTE
Sin embargo, las peores experiencias todavía estaban por llegar. “Comencé a lastimarme, y eso es mucho más común de lo que las personas piensan”, destaca. Para ella, la diferencia fue tener a sus padres atentos a todo lo que estaba ocurriendo. En su cumpleaños número veinte, Valentina decidió que necesitaba aliviar su crisis más intensa. Tomó una caja entera de un medicamento controlado. Fue internada inmediata- mente y sobrevivió. “No fue algo planificado. Nadie quiere morir”, garantiza.
Valentina lamenta no haber comenzado el trata- miento antes. “Fue pésimo, pero hoy soy otra persona”, asegura al decir que los días más sombríos quedaron atrás. A pesar de vivir en “vigilancia diaria”, el cono- cimiento acerca del problema y el control sobre sus gatillos (personas, ambientes o situaciones que la llevan al pánico o a comportamientos maléficos) hacen que desde aproximadamente un año ella esté llevando una vida diferente.
Anne Seixas/periodista.