LA BIBLIA CONDENA EL SUICIDIO, PERO TAMBIÉN PRESENTA UN DIOS QUE JUZGARÁ CADA CASO CON JUSTICIA Y CON MISERICORDIA.
Para quien pierde a alguien que amaba por causa de un suicidio, más allá del dolor por la ausencia, lo que más le pesa es cargar con la “culpa” de no haber evitado la tragedia y la incertidumbre con relación al destino eterno de quien murió. Para muchos cristianos, elegir quitarse la vida es un camino sin retorno en términos, también, de la salvación eterna. Sin embargo, cuando leemos la Biblia con más atención, es posible llegar a otra conclusión, que trae esperanza.
En primer lugar, es importante diferenciar suicidio de martirio. Este último es la opción de entregar la vida que toma un ser humano movido por convicciones fundamentales y valores que para él no son negociables; lo que incluye actos heroicos de sacrificio personal que resultan en la preservación de otras vidas. Por su parte, el suicidio es, básicamente, una negación del valor de la vida como un regalo de Dios, y una actitud desesperada para huir de una existencia percibida como insoportable.
En la Biblia hay relatos de martirios y de suicidios. Un rápido análisis de las historias del segundo caso nos ayuda a entender las implicancias que esto tendría para nosotros en la actualidad.
CASOS DE SUICIDIO EN LA BIBLIA
Abimelec fue mortalmente herido por una rueda de molino lanzada por una mujer; por ese motivo, pidió a su escudero que lo matara, para evitar aquello que consideraba una enorme vergüenza. (Juec. 9:54). Saúl, después de ser gravemente herido en la batalla contra los filisteos, cometió suicidio (1 Sam. 31:4). Al ver lo que el rey había hecho, su escudero tomó la misma decisión (ver. 5). Esta acción fue motivada por el miedo a lo que podría llegar a sucederles en manos de sus enemigos.
Ahitofel, uno de los consejeros de Absalón, se ahorcó después de saber que el rey había rechazado su consejo (2 Sam. 17:23). Zimri se transformó en rey por medio de un golpe de Estado, pero al ver que el pueblo no lo apoyaba, prendió fuego su castillo y él mismo murió quemado (1 Rey. 16:18). Judas quedó tan per- turbado emocionalmente ante la pasividad de Cristo frente a la Cruz que se ahorcó, después de haberlo traicionado (Mat. 27:5). Después de un terremoto, el carcelero de Filipos concluyó que los prisioneros habían huido y, lleno de temor, intentó quitarse la vida, pero el apóstol Pablo lo con- venció de que no hiciera eso (Hech. 16:26-28).
MENSAJE DEL TEXTO
De los incidentes mencionados, podemos percibir algunas cuestiones. Primero, muchos de los suicidios ocurrieron en un contexto de guerra, en que los suicidas aparentemente tomaron esa decisión radical por causa del miedo o de la vergüenza. Segundo, otros casos
son más personales y reflejan, más allá de alguna forma de miedo, baja auto- estima. Todos ocurren en el contexto de un estado mental emocionalmente perturbado.
Tercero, el suicidio es mencionado en la Biblia sin que los autores inspirados expresen cualquier tipo de juicio de valor con respecto a la acción. Eso no significa que el suicidio sea moralmente correcto, pero señala que el escritor bíblico se dedicó, simple- mente, a describir el acontecimiento.
El cuarto punto que observamos es que podemos concluir que el suicidio hiere principios bíblicos claros: Dios creó la vida (Job 1:21) y la con- sidera sagrada (Gén. 9:5, 6); nosotros no somos dueños de ella (1 Cor. 6:19; Rom. 14:7, 8) y debemos aprovecharla dedicando nuestra existencia al Señor (Mat. 25:14-30; Fil. 1:21). El sexto Mandamiento también tiene algo que decir sobre el tema (Éxo. 20:13). Siendo así, el cristiano no debería considerar el suicidio como una solución moralmente válida para el desafío de vivir en este mundo marcado por los dolores físicos y emocionales.
Sin embargo, a pesar de esta clara observación, no nos cabe juzgar el destino eterno de un suicida. El juicio final pertenece a Dios, quien es justo y misericordioso. Frecuentemente, el suicidio es motivado por un cuadro de desequilibrio emocional o mental en el que el individuo no evalúa correctamente lo que está haciendo. Por eso, confiar en la bondad de Dios es el consuelo para quien llora la pérdida y la esperanza para quien es asediado por pensamientos suicidas.
ORIENTACIÓN PARA HOY
Frente a estas afirmaciones, ¿cómo debemos reaccionar si perdemos a alguien que amamos por causa de suicidio? Primero, la psicología y la psiquiatría revelaron que, en la mayo- ría de los casos, el suicidio es resultado de una profunda agitación emocional o de un desequilibrio bioquímico aso- ciado a un estado de depresión pro- funda o de miedo. Por lo tanto, no debemos juzgar a alguien que, bajo tales circunstancias, opta por el suicidio.
Segundo, la justicia de Dios toma en consideración la intensidad de la atribulación de nuestra mente; él nos entiende mejor que nadie. Por eso, debemos confiar, creyendo que el futuro de nuestros queridos está en manos de un Dios misericordioso. Tercero, con la ayuda del Señor, podemos enfrentar la culpa de forma constructiva. Recuerda que aquel que cometió suicidio necesitaba de ayuda profesional, que muchos de nosotros somos incapaces de ofrecer.
Finalmente, si alguna vez has intentado cometer suicidio o pensaste en esta posibilidad, busca ayuda y cuenta con el apoyo de amigos y de familia- res, que te aman. Sobre todo, siempre recuerda que hay un Dios que desea ampararte por medio de personas amorosas, cuando estés atravesando el valle de la sombra de la muerte. Por lo tanto, ¡nunca pierdas la esperanza!
Ángel Manuel Rodríguez es teólogo y ex director del Instituto de investigaciones Bíblicas de la sede mundial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día (Maryland, Estados Unidos).