Nadando contra la corriente

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Nadando contra la corriente

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Captura de Tela 2016-08-18 às 14.35.43Qué es la integridad, ese bien tan precioso que tiende a desaparecer? El Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española define a una persona íntegra como quien “no carece de ninguna de sus partes” y que es “recta, proba, intachable”.

Una persona íntegra no está dividida. Se comporta de igual manera tanto en público, cuando todos la ven, como en privado, cuando está sola con su conciencia. Y es en el hogar donde especialmente se revela cómo es realmente: la misma persona en el trabajo, en el vecindario, en la sociedad.

Lamentablemente, el clima ideológico en el que el mundo actualmente se encuentra, que relativiza todos los absolutos y los valores morales, sustituyó la ética del deber (Kant), sobre la base de principios (hago lo que debo; el bien por el bien mismo), por una moral de tipo utilitaria, pragmática (hago lo que me conviene), y especialmente hedonista (hago lo que me gusta, lo que siento, lo que me brinda placer). El hombre actual (posmoderno) no se interesa tanto en ser bueno o hacer el bien, sino en pasarlo bien, sentirse bien.

De esa manera, las relaciones humanas se vuelven efímeras, descartables, ya que quienes participan de ellas no son confiables, comprometidos, esforzados, pues son llevados de aquí para allá por los vientos de sus gustos, de los placeres, por el interés personal individualista, siendo facilmente abatidos por las presiones y las decepciones de la vida. Gente que no está dispuesta a pagar el precio por mantener una relación, que no se mueve por valores, sino solo por el inmediatismo y el bienestar personal, sin espíritu de amor abnegado, que es el único amor verdadero.

Ser diferente

En la Biblia, hay un personaje cuyo ejemplo de integridad es altamente inspirador y aleccionador: José (Génesis 39).

Este joven, de apenas 17 años, es vendido como esclavo por sus propios hermanos (por envidia), y llevado a Egipto. Allí, a pesar de su desgracia, no se entrega a la autocompasión o al abandono, sino que se destaca en sus labores, a punto tal que su amo, un oficial mayor del faraón, “lo hizo mayordomo de su casa, y entregó en su poder todo lo que tenía. [...] [Potifar] dejó todo lo que tenía en mano de José, y con él no se preocupaba de cosa alguna, sino del pan que comía” (Génesis 39:4, 6).

¡Qué increíble y fuera de lo común! Un adolescente, extranjero, esclavo, llega a ser tan confiable delante de los ojos de ese capitán de la guardia del faraón que su amo confía en su mano todos sus bienes.

Además de su integridad, José teni��a otra virtud: “Y era José de hermoso semblante y bella presencia” (vers. 6). Este factor, no obstante, jugó en contra de él, porque “la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo” (vers. 7).

Algunos podrían pensar que sería la cosa más natural del mundo que este joven aceptara esa tentadora invitación: José estaba en el auge de su desarrollo sexual, con toda la potencia de su virilidad. Además, estaba alejado del calor de su hogar, necesitado de mucho afecto, y tal vez usted considere que, en medio de tanta desgracia, necesitaba algún tipo de satisfacción compensatoria. Pero la Biblia dice, simple y candorosamente, que “él no quiso” (vers. 8). Y no fue que no quiso porque era falto de virilidad o tuviese su identidad sexual confundida, sino porque había un principio superior que gobernaba su conducta: “[José] dijo a la mujer de su amo: He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en su casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa; y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer, ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (vers. 8, 9).

Note los dos elementos, de gran belleza, en la respuesta moral de José, por los que rechazó esa invitación: él era leal a su señor egipcio y tenía lealtad suprema para con Dios.

Frente a esa negativa, esa mujer podría haber desistido de su empeño. Sin embargo, el relato bíblico enfatiza que ella insistía con su asedio “cada dia” (vers. 10). Si José, luego, en la intimidad de su habitación, hubiese comenzado a tener fantasías eróticas y considerado la posibilidad de pasar “un buen momento” con ella, y así ahogar sus penas en el placer sexual, la historia habría sido diferente.

Un precio que pagar

Pero ese joven era el mismo en público que en privado. No la escuchó, “para acostarse al lado de ella y estar con ella” (vers. 10). Las respuestas negativas de José llegaron a un punto tal que, en una medida desesperada, “ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo” (vers. 12). José, a despecho de la posibilidad de parecer ridículo, decidió huir de la tentación: “Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió” (vers. 12).

Muchos tal vez piensen que Dios recompensó inmediatamente la integridad de José con mayor prosperidad material y social. Lejos de eso, esa mujer mintió, y difamó a José, acusándolo de haber intentado abusar de ella (vers. 13-18). El marido, finalmente, puso al joven en prisión, como si fuese un criminal.

¿Como debería José haber razonado? Si su ética hubiese sido utilitaria o hedonista, podría haber concluido: “No tiene sentido ser íntegro. En mi casa, fui un hijo fiel, trabajador, y como recompensa fui vendido como esclavo, y fui a dar a un país extranjero y pagano. Con esa mujer, yo me comporté con pureza moral e integridad, y como resultado fui a parar a prisión. No vale la pena seguir con mis principios, mantener mi integridad”.

Pero esa no fue la reacción de José. Ante esa injusticia, continuó siendo el mismo joven trabajador, honesto e íntegro de siempre, a punto tal que también, de manera inusual, el carcelero llegó a confiarle el cuidado del resto de los presos (vers. 21-23).

La historia de José terminó muy bien, pues finalmente, por circunstancias que ahora no viene al caso mencionar, llegó a ser primer ministro de Egipto. Sin embargo, lo notable es el tipo de persona, la grandeza moral, que la presencia de Dios puede producir en la vida de quien decide amarlo, servirlo y serle fiel.

¡Cuántos hogares necesitan esta virtud tan entrañable –la integridad– para garantizar la fidelidad de los cónyuges, el buen trato de los padres hacia los hijos, el cuidado de la salud, y la abstinencia de consumo de cualquier tipo de sustancia que perjudique las facultades mentales y morales, y que eventualmente pueda conducir a la violencia domésica, la criminalidad o al descuido de las responsabilidades laborales y familiares!

Aunque milenaria, la Biblia contiene enseñanzas que ayudan a moldear un carácter recto, un corazón íntegro y movido por los grandes valores que trascienden el tiempo y las generaciones. Por lo tanto, no deje de considerarla la fuente suprema de sabiduría para una vida mejor.