Fe en la preveención

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Fe en la preveención

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Captura de Tela 2016-08-15 às 11.07.10Ella tiene apenas 36 años, está casada y tiene dos hijas; sin embargo, ya ha brindado una gran contribución a los estudios sobre la prevención y el tratamiento de las adicciones en el Brasil. Su tesis de doctorado, defendida en 2006, reveló que el papel de los grupos religiosos en la recuperación de los adictos a sustancias químicas es la acogida y el acompañamiento a los adictos.

Desde entonces, la doctora Zila Van der Meer Sanchez también se ha convertido en referente nacional sobre este asunto. Es profesora en el curso de Medicina, y de posgrado en Salud Colectiva, de la Universidad Federal de San Pablo (UNIFESP), en el Brasil, una de las instituciones más importantes del país, e investigadora del Centro Brasileño de Informaciones sobre Drogas Psicotrópicas (CEBRID).

Su interés por el drama de las drogas va más allá de lo académico. Hace casi diez años, actúa voluntariamente en una ONG que atiende a más de quinientos niños y adolescentes. Anualmente, ofrece educación en el área de la salud preventiva para setenta menores en situación de riesgo social de la zona sur de San Pablo. Y, basándose en sus estudios y experiencia, nos concedió esta entrevista acerca de este asunto que preocupa cada vez más a las familias.

RS: ¿Por qué has estudiado sobre este tema?

Zila: En esa época, había mucha divulgación en medios de comunicación acerca del trabajo de los religiosos, especialmente los neopentecostales, en la recuperación de dependientes químicos. Era posible observar que los adictos que buscaban el servicio público de salud generalmente no continuaban con el tratamiento, y se quejaban por la existencia de demoras en la asignación de consultas; mientras que los que se acercaban a los grupos religiosos permanecían y hasta se convertían en seguidores de esa religión. La diferencia parecía radicar en la atención y la preocupación por el adicto. Teníamos, también, muchos estudios académicos cuantitativos que mostraban una relación entre la práctica religiosa y los menores índices de consumo de drogas. Sin embargo, había pocos trabajos que intentasen explicar cómo se produce este proceso, y por qué la fe es un factor importante en la prevención respecto del uso de las drogas. Por esto opté por una metodología cualitativa, basada sobre la observación de la actuación de los religiosos y entrevistas con 120 personas, en el Brasil y en España, que habían buscado la ayuda dentro de estos grupos. Los estudios cuantitativos son los más indicados cuando tú conoces bien un fenómeno; este no era el caso de mi objetivo de estudio. Lo que yo necesitaba era escuchar la historia de estas personas.

RS: ¿Cuáles fueron tus conclusiones?

Zila: Las personas que buscan ayuda para dejar las drogas en grupos religiosos no lo hacen por cuestión de fe sino, más bien, de desesperación. Generalmente, piden socorro cuando están en el fondo del pozo y tienen poca conciencia de todo lo que significa formar parte de esas organizaciones. Por lo tanto, lo que hace la diferencia en un primer momento es la acogida. En una segunda instancia, cuando tienen acceso a la información y las experiencias de aquella religión, es que ellos desarrollan la fe. Muchos de los entrevistados dijeron que fueron recibidos como si fuesen las personas más importantes del mundo. Por esto, en esta fase inicial, la frecuencia de las reuniones de grupos es intensa, cerca de cuatro o cinco veces por semana. Igualmente, cuando existe una recaída, lo que suele ser frecuente, el grupo acostumbra extender sus manos y ayudar en la recuperación. El proceso es lento, pero consistente.

RS: ¿Qué elemento religioso demuestra ser más eficaz en la prevención: el ritual, la vivencia comunitaria o la doctrina?

Zila: He analizado tres grupos religiosos: evangélicos (mayormente neopentecostales), católicos y espiritistas. A pesar de que poseen motivaciones y enseñanzas diferentes, lo que tienen en común todos los grupos es la intención de colaborar para que el dependiente químico se vuelva abstemio y logre restaurar su convivencia social. Los evangélicos enfatizan que es la fe la que cura, y que el adicto necesita entregar su problema a Jesús. Acostumbran reunirse en células (pequeños grupos), leer la Biblia, incentivar la ayuda mutua y recurrir a la expulsión de los demonios. Los católicos, a su vez, utilizan grupos de ayuda mutua, y recursos terapéuticos tales como la confesión, la participación en la misa y en la eucaristía. Atribuyen el éxito del tratamiento a algo concreto: el auxilio de las personas o los grupos. Mientras que los espiritistas han hecho hincapié en que el tratamiento espiritual no dispensa del tratamiento médico. Para ellos, los pases espirituales, la búsqueda de la reforma interior y la práctica de la caridad son factores importantes en el tratamiento. Mi estudio y otras investigaciones han demostrado que la confesión religiosa no es el factor más importante, y sí lo es la convivencia en una comunidad religiosa. En resumen, el tratamiento que tiene en cuenta la espiritualidad del adicto funciona de la siguiente manera: él es acogido por los religiosos y recibe un soporte social basado en la cohesión del grupo; escucha ejemplos de éxito, y comienza a consolarse con la posibilidad de poder reconstruir su propia vida. Y así es que se desarrolla la abstinencia y la restauración del individuo.

RS: Tal vez, los más desconfiados y críticos podrían sugerir que los ex adictos cambiaron la dependencia química por la religiosa ¿Tú lo consideras de esta manera?

Zila: No. El nuevo comportamiento que desarrollan, por más apegado que sea a la religión, no podría ser clasificado como una dependencia. No hay síntomas de dependencia, como síndrome de abstinencia, tolerancia, fractura, pérdida de vínculos sociales o de autocontrol, entre otros. Es verdad que algunas iglesias efectúan “chantajes emocionales”, para que algunos no se aparten del grupo, como decirles que el diablo va a llevarlos a tener nuevas recaídas si ellos dejan la iglesia. No obstante, aunque esta relación fuese caracterizada como algún tipo de dependencia, los prejuicios personales y sociales serían menores que los causados por las drogas.

RS: ¿Cómo ves aquellos tratamientos exclusivamente espirituales?

Zila: Particularmente, estoy en contra. Si existen recursos científicos disponibles que pueden disminuir el sufrimiento del dependiente químico, principalmente en la fase inicial del tratamiento, por las crisis de abstinencia, ¿por qué no utilizarlos? Creo que no resultará necesario escoger entre una modalidad o la otra. El tratamiento médico y el espiritual son complementarios, y la eficacia de este proceso es mayor cuando los dos se utilizan en conjunto. Y es esto lo que la literatura académica ha venido demostrando.

RS: ¿Cómo pueden ser más asertivas las organizaciones religiosas en estas intervenciones?

Zila: Pienso que, básicamente, de dos maneras. Resultará importante que los líderes religiosos conozcan los servicios gratuitos del sistema de salud, y que se los recomienden a los dependientes químicos que los busquen. Las iglesias y estos servicios pueden trabajar juntos. Otro punto importante es que los grupos religiosos busquen capacitaciones técnicas para ofrecer una atención más completa, y la acogida, menos traumática para los adictos.

RS: Entre los factores de protección contra el vicio, ¿por qué una familia adecuada aparece en primer lugar, incluso antes que la religión?

Zila: Porque la familia es algo concreto. Es el ambiente diario en el cual el joven aprende los valores, los modelos de socialización; a amar y a ser amado. La influencia de la familia es más importante que la de la religión porque, por lo general, es la familia la que enseña, o no, una religión a los hijos. Hasta que crezcan y elaboren sus propias convicciones, los niños seguirán la religión de los padres. Sin embargo, vale la pena destacar también que las familias que son religiosas tienden a ser más equilibradas. Los padres son más atentos con los hijos, menos violentos, y el consumo de drogas en estos hogares es evitado.

RS: ¿De qué modo tu experiencia en una organización no gubernamental orientada hacia los adolescentes en situación de riesgo ha demostrado ser eficaz en la prevención?

Zila: En el año en que defendí mi tesis, decidí cambiar el enfoque de mi trabajo voluntario, que ya venía desarrollando en una ONG, en el barrio de Americanópolis, en San Pablo, que para aquella época ya atendía a 350 niños y adolescentes. Allí inicié un programa de prevención en el uso de drogas, con 35 adolescentes de doce años de edad. Esta región es conocida por la vulnerabilidad social y el tráfico de drogas. En ese trabajo, habíamos tomado como base proyectos europeos y estadounidenses que habían tenido buenos resultados en la prevención del consumo de drogas. La propuesta del programa, llamado PHAVI (Programa de Habilidades de Vida), es desarrollar habilidades sociales y personales, tales como la asertividad, la cooperación y la autoconfianza; por medio de dinámicas de grupo semanales en las aulas de clase. También, forma parte del abordaje el ofrecer información honesta sobre las drogas. Esto incluye hablar de los perjuicios que causan los estupefacientes, sin dejar de reconocer que existen muchas personas que consumen estas sustancias porque les proporcionan placer. Todavía no hemos mensurado científicamente los resultados de este proyecto, porque nuestro muestreo de participantes es pequeño; sin embargo, hemos recibido elogios de las familias, agradeciéndonos por el cambio en el comportamiento de sus hijos.

RS: ¿Cuál es el panorama de consumo de drogas en el Brasil?

Zila: El último estudio de dimensión nacional efectuado con adolescentes de diversas franjas etarias es de 2010. En cada recopilación de datos, hemos visto la caída en el consumo de cigarrillos, en todos estos niveles de edades. Existe también baja prevalencia del uso de crack, a pesar de la impresión contraria que consiguen proporcionar los medios de comunicación. Por ejemplo, entre los jóvenes, los inhalantes son más consumidos que la marihuana. Días tras día surgen nuevos inhalantes, con efectos parecidos a los de la cola de zapatero, lanza-perfumes, esmaltes y pinturas. Sin embargo, la droga más consumida es lícita y es tratada por los medios de comunicación y por nuestras políticas públicas como si fuese una sustancia cualquiera: el alcohol. Entre los adolescentes, desde los diez hasta los trece años de edad, el consumo ha disminuido, mientras que en los jóvenes de diecisiete a dieciocho ha aumentado. El problema es que las cervecerías son los grandes anunciantes de la televisión abierta; y varios estudios han marcado la inmensa influencia que tiene este tipo de publicidad en la iniciación de los adolescentes en el consumo de alcohol.

RS: ¿Hay esperanza para los adictos a los químicos y a sus familias?

Zila: Ya existen recursos científicos y espirituales para ayudar a estas personas en su recuperación. El tratamiento es largo, lento y exige la persistencia del adicto y de sus familiares. Sin embargo es posible.