Por Jéssica Guidolin
Fue aproximadamente a los cinco años de edad cuando Larissa Faria comenzó a presenciar las agresiones de su padre contra su madre. El sentimiento ante esas situaciones lo recuerda hasta hoy. “Recuerdo que me ponía muy nerviosa, lloraba, y no sabía qué hacer. Sabía que estaba mal, que tenía que proteger a mi madre”, cuenta la joven que afirma que incluso antes de estos recuerdos, la violencia ya estaba presente en su casa.
Datos de la 8va edición de la Encuesta Nacional sobre Violencia Doméstica y Familiar contra la Mujer revelan que el 36% de las mujeres han sufrido violencia doméstica provocada por un hombre. En el 66% de los casos, el tipo de violencia doméstica que impera es la física. En su mayoría, las agresiones fueron causadas por maridos, parejas (41%) o exmaridos y exparejas (37%).
Ante esta información alarmante, la situación puede agravarse aún más cuando los hijos están presentes en este escenario. La Encuesta de Condiciones Socioeconómicas y Violencia Doméstica y Familiar contra la Mujer muestra que el 78% de las víctimas de violencia doméstica tienen hijos y que el 83,3% de ellos sufrieron o presenciaron las agresiones.
Estadísticas de la muerte
Larissa es parte de esta estadística. La locutora de radio, hoy con 24 años, cuenta que su padre siempre fue agresivo y explosivo, y veía la relación de la pareja como sin amor, cariño y respeto. Con relación a los hijos, su padre no era muy participativo. “Mi padre siempre me ‘protegió’ en algunos aspectos, siempre me daba dinero si yo le pedía y nunca participó mucho de mi crianza. Mi madre fue quien nos educó siempre, mi padre no participaba mucho de la vida familiar”, cuenta la joven, quien tiene un hermano mayor.
Además de los daños físicos y psicológicos indiscutibles sufridos por la víctima, las agresiones también afectan a quienes las presencian. La psicóloga Jessica Dominiguitti de Moura alerta que las consecuencias son innumerables, como niños con baja autoestima, agresivos, inseguros, ansiosos y retraídos. “Es importante resaltar cuánto un niño que presencia una situación de agresión tiende a reproducir la violencia en diversos contextos, explotando tal agresividad de forma perjudicial para su desarrollo”, señala.
A pesar de los prejuicios reconocidos, romper el ciclo de la violencia es complejo. Según la asistente social del Centro de Referencia a la Víctima de Violencia, Geiciane Soares, la denuncia que partiría de la víctima o de los hijos, muchas veces encuentra resistencia: por parte de la mujer al no reconocer la violencia o por parte de los niños por sufrir represalias de la familia o incluso de la propia víctima. “Muchas veces, esa mujer creció viendo a su madre ser golpeada, cree que la golpearon porque lo merecía, porque lo provocó. Además de eso, está la dependencia financiera que muchas mujeres tienen, y así, no logran romper con el ciclo de la violencia. Y los niños están en una situación de riesgo cuando rompen el silencio, pues el responsable los culpa de haber ‘destruido la familia’”, cita.
Romper el ciclo de la violencia
Con este escenario, al conocerse la violencia doméstica sufrida dentro de un hogar, lo ideal es que haya una intervención junto a la mujer agredida, para que ella se dé cuenta del contexto nocivo en el que vive, pero, junto con apoyo psicológico y jurídico. Geiciane explica que el proceso de protección de la víctima y de los hijos depende de cada situación, mientras que la familia puede ser atendida por servicios especializados. “La madre es derivada al Centro de Defensa y de Convivencia de la Mujer, y el niño al Servicio de Protección Social a Niños y Adolescentes Víctimas de Violencia para que se realice un seguimiento psicosocial en la perspectiva de garantía de los derechos sociales, civiles, políticos y humanos. En las regiones en las que no existen estos lugares, quien realiza el acompañamiento es el Centro de Referencia Especializado de Asistencia Social (CREAS). Además de eso, en los casos de riesgo de vida, la madre y los niños pueden ser transferidos a un refugio confidencial, cuando las determinaciones de la justicia sobre el alejamiento del agresor de la residencia no fueren suficientes”, orienta.
En la vida de Larissa, la solución vino a través de la denuncia. A pesar de que su madre tenía miedo a las amenazas y también incertidumbre acerca del sustento de los hijos sin la ayuda financiera del padre, la joven fue un gran incentivo para ponerle un basta a esta historia. “En 2017 las peleas y agresiones comenzaron a ser constantes. Yo siempre estaba en el medio y tenía que defender a mi madre; entonces él comenzó a agredirla cuando yo no estaba en casa. Estaba muy triste por todo eso, entonces animé a mi madre para que juntas saliéramos de casa. En abril de 2018 esperamos que mi padre se fuera a trabajar, pusimos todo en un camión y nos fuimos de casa. Hice que ella denunciara a mi padre por primera vez en el 2018, y después en 2019”, recuerda Larissa.
Independientemente de quien se trate, lo importante es romper el silencio y dar el apoyo necesario a la víctima y a sus hijos, a fin de que haya vida y nuevos comienzos.