Casi toda persona experimenta en alguna fase de la vida (muchas veces la infancia o la adolescencia) ser víctima de chistes o bromas. A veces los compañeros ponen apodos, otras veces la persona queda estigmatizada debido a alguna característica física o de comportamiento. El hecho es que quien es bueno en hacer este tipo de broma, siempre encuentra una forma de hacerla. Sucede que no siempre el blanco de la broma se divierte con ella, y aunque no se configure bullying, la persona se puede sentir incomodada y que se le faltó el respeto.
Cuando eso acontece y el niño llega a contar a los padres, es común que reciba la instrucción de “no darle cuerda”, no darle importancia, para que la broma pierda la gracia y cese. Es bien verdad que para mucha gente este es un consejo muy difícil de seguir. ¡Pero es un óptimo consejo!
Si ignorar las bromas es una buena solución, entrar en ellas también lo puede ser. Conocí el caso de un niño que hacía de “patito feo” del grupo. Sus compañeros le pusieron un apodo, que en verdad era lo contrario de lo que pensaban de él. Imagine, por ejemplo que le apodaran “bonito”. Y en tono sarcástico era así que se referían a él. Aquel niño entró en la broma, cuando era llamado por el apodo no respondía expresando incomodidad, sino que parecía bromear consigo mismo también. Además de eso, él comenzó a comportarse como un “bonito”. Comenzó a cuidar más de su apariencia, y después de algún tiempo, dejó de ser el “patito feo” del grupo. Él usó en beneficio propio algo que podría haberlo hecho sentirse mal.
Aprender a lidiar con las bromas de los compañeros, sea ignorándolas o participando de ellas desde la infancia es una forma de desarrollar habilidades para lidiar con situaciones similares en la vida adulta. Luchamos por un mundo con más respeto, pero debemos educar a nuestros hijos para sobrevivir a un mundo hostil.
A pesar de que podemos orientar a los niños para usar estrategias como ignorar las bromas, o entrar en ellas, algunas bromas pueden ser altamente perjudiciales y denigrar su imagen. Por eso es importante orientar al niño para que siempre converse con un adulto de confianza sobre lo que está aconteciendo. Algunas bromas pueden tomar proporciones que las caractericen como bullying, y nuestros niños no necesitan ser expuestos a eso. De este modo, también formamos ciudadanos que sepan romper el silencio.
Karyne Lira Correia, Psicóloga